TCtarlos, nos vamos a separar". La frase sonó rotunda, como si mi amigo quisiese autoconvencerse así de aquella era la decisión correcta para él y su pareja en ese momento vital donde las palabras solo arrastran cansancio. Nunca habían sido un dúo perfecto. Ya se sabe: en casi todas las parejas parece que siempre hay alguien con más carácter que, al final, resuelve problemas y situaciones como si de una empresa se tratara. Por eso noté, a medida que mi amigo me iba contando el porqué de la ruptura, que algo había ocurrido para que se sintiese liberado. "Llevamos 20 años juntos", me dijo, como si, eureka, el paso del tiempo fuese el culpable de casi todo. Esa vara de medir, demonios, se había convertido en un yugo que había terminado aplastándoles sin más contemplaciones, aunque durante el trayecto no avistasen el final.

Pero ese momento llegó. Y lo hizo para, aparentemente, devolver la calma a aquel tipo que, durante la conversación, utilizó cualquier palabra menos amor. Pasado unos minutos, me pareció que, más allá de sentirse prisionero de una relación que iba más mal que bien, había pasado algo tan vital como el tiempo. Sí, el tiempo que lo cambia todo hasta transformarnos según las circunstancias. El tiempo del que no somos dueños aunque a veces pensemos que está bajo nuestro control. Quién sabe qué hubiera sido de mi amigo si, como en una máquina del tiempo, hubiera podido viajar a ese otra etapa cuando conoció a la chica de la que se quería separar.

Quizá no se hubiera reconocido. O tal vez sí, dándose de bruces ante un espejo. Y así fue cómo mi amigo rompió una relación que le asfixiaba. Ahora le queda todo el tiempo por delante. Quién sabe si para ser su dueño.