Las conquistas sociales nunca se producen espontáneamente. Pongamos por ejemplo el caso de la esclavitud, vigente en territorios españoles hasta hace apenas 121 años, cuando superando un lento proceso de conquista de la libertad se logró su total abolición, tras más de 50 años de reivindicarlo aquellos primeros abolicionistas, que venían defendiendo este planteamiento, desde las cortes de Cádiz de 1812, y con un retraso considerable con respecto a otros países como Francia (1792) o Inglaterra (1832). Pero como el que hizo la ley hizo la trampa , todavía no hemos podido eliminar esta forma de discriminación que tras miles de años de justificación se sigue presentando, ahora en novedosas formas. Y aunque nos cueste trabajo comprender que grandes sabios como Platón o Aristóteles la consideraban justa, y llegaron incluso a justificarla y explicarla en sus escritos, comprendemos que el apego a la inercia nos conduce a acomodarnos en las más inaceptables situaciones siempre y cuando nos favorezcan, facilitando la perpetuación de infinidad de injusticias con las que convivimos plácidamente durante toda nuestra vida. Aceptar las estructuras heredadas, asumiendo los roles establecidos, no exige esfuerzo alguno, y así es más fácil repetir que inventar, pensar con criterios aprendidos que hacerlo cambiando de perspectiva.

Esta pereza mental que nos afecta individualmente, induciéndonos a asociar peligrosamente ideas sin relación real, acaba viéndose reflejada en el comportamiento colectivo. Y así a la idea de mujer se le asocian habilidades de tipo doméstico y torpezas en el plano extradoméstico, dotándola de un perfil lleno de prejuicios al que contribuyen inocentes comentarios como los de nuestro bienintencionado Buenadicha en su artículo del jueves, que nos recortan una imagen de mujer de la que nadie se escapa, y entre cuyas virtudes se encuentra, por ejemplo, la de ser hacendosa, y entre cuyos vicios estaría el de conducir mal. Mujer se relaciona con las profesiones de enfermera, azafata, ama de casa, empleada del hogar, secretaria, o maestra, por ser éstas a las que la mujer se incorporó hace los años suficientes como para habernos acostumbrado a verla en esos papeles: El hombre, en cambio, aparece como el jefe, el conductor, el ejecutivo, el protagonista de la vida pública, papel que ha desempeñado históricamente y se le imagina sin dificultad e independientemente de sus capacidades individuales, por una sencilla asociación de ideas, muy difícil de romper que llamamos prejuicios.

XDE MANERAx que los mismos prejuicios que nos llevaron a aceptar la esclavitud durante miles de años, y a que unos cuantos se aprovecharan de otros muchos, nos permiten aceptar sin discusión, todo tipo de privilegios establecidos, y nos encadenan a perpetuar los diferentes tipos de discriminación, como el machismo. Y así, hay quien alegando, por ejemplo, que su pueblo no está preparado para tener una mujer de alcalde, su comunidad autónoma una presidenta, o su organización empresarial una mujer a la cabeza, justifican sus opciones claramente machistas cuando nombran, o eligen algún cargo de responsabilidad , escudándose en estos pretextos.

Es esta persistente y callada tendencia discriminatoria, que claramente se refleja en las estadísticas, la que hace necesaria la futura ley por la igualdad, que pretende incluir desde paridad en las listas electorales hasta en los consejos de administración de las empresas, aunque José María Cuevas proteste, con el respaldo del Consejo Económico y Social, que no considera obligatorio alcanzar la paridad en los consejos de administración de empresas, en su informe claramente coincidente con los criterios ultra-conservadores de la patronal, y a pesar de que la ley es sólo un tímido paso en este camino, pues aunque exige planes de igualdad para las empresas con más de 250 empleados, deja éstos en manos de la negociación colectiva.

Según el barómetro de marzo del CIS, todavía un 35% de los españoles sólo aprecia pequeñas desigualdades de género, y un 40% no considera necesarias leyes que favorezcan la igualdad. También en ayuda de ellos viene esta ley, que mejorando el sistema nos hará capaces de ver lo que aparece nítidamente ante nuestros ojos como la alta tasa de temporalidad, y de paro femenino, las diferencias salariales, las dificultades de conciliación de la vida laboral y familiar para la mujer, y montones de situaciones curiosas como que de los 108 escaños que reúnen las 4 diputaciones gallegas sólo 14 lo ocupan mujeres, que pasando por anecdóticas son fruto de la mentalidad machista, sobre la que se sustenta cualquier forma de violencia de género y que hay que empezar a cambiar con una ley paritaria, aunque para algunos sea a regañadientes.

*Profesora de Secundaria