TMti condición de dramaturgo me coloca al final de los finales en cualquier catálogo de autores, si no en la ignorancia como me ocurrió con un antologista extremeño que habiéndome obviado por enésima vez, me dijo aquello: "Es que yo de teatro no sé mucho" (que era como decir que de Lorca, Lope, Cervantes, Ibsen, Miller o Mediero , no tenía ni repajolera. ¡Como para decirle si conocía algo mío!). Pero por mucho final que uno chupe, eso no autoriza para que una legión de privilegiados se coloquen delante y miren por encima de mi hombro escénico.

Hay uno, cuyo nombre no es que ignore sino que ignoro sabiéndolo, que cada vez que me encuentra, saca un librillo escrito por él sobre temas dispares: La lechuza y el reino de Badajoz o Enfermos y enfermeros en la Plasencia medieval , y me insta a que lo lea, y lo leo, y me parece que tengo más futuro escribiendo cosas como las suyas que teatro como el mío. "Es que, hijo, no tengo tiempo para el teatro porque estoy con mis ensayos". Otro, que ha sido afianzado como genio de nuestras letras, tiene la teoría que todo lo escrito, salvo lo suyo, es fruto del poco trabajo y de un esfuerzo insignificante, y ha escrito varios libros de poemas, alguna obra de teatro y tres o cuatro novelas para demostrarlo. Me abruma su capacidad y pienso que el tiempo es injusto como las musas, y que una hora mía de torpes intentos ante el folio para encontrar una trama digna de algo, equivale a cinco minutos geniales de este autor, llenos de poemas, relatos o diálogos tan brillantes como para hacerle escalar la cima del Parnaso pacense. Mi psiquiatra me aconseja que lo deje para no alimentar mi complejo de inferioridad.

*Dramaturgo y directordel consorcio López de Ayala