Hay muchas maneras de denominarlos: los ni-ni , la generación perdida, la generación de la incertidumbre, los otros jóvenes... pero todos ellos forman parte de la D-generación. Son muchos los datos que muestran clara y duramente que es la generación que invertirá una tendencia que considerábamos natural. No viviremos mejor que nuestros padres. Una generación que irrumpe en el escenario público cíclicamente por la crueldad de una estadística que no perdona en nada: paro (37,1%), temporalidad (45,9%), abandono escolar (31,7%), edad de emancipación (29 años)- Esta tozuda estadística se hace más dolorosa al compararla con los datos de otros países europeos y al situarla en una perspectiva temporal. Estamos en la cola de Europa en casi todo: trabajo, formación y emancipación. Unicamente nos situamos en el top de los primeros en el precio de la vivienda.

Es el futuro de nuestro país --sobre el presente es preferible no hablar ni reflexionar, fluye constantemente-- para bien y para mal. Algunos dejaron los estudios y entraron en el mercado laboral, atraídos por trabajos de baja cualificación y escaso valor añadido, pero que les permitían estar al día. Los demás han estudiado, estudiado y estudiado: carreras, posgrados, másteres- para salir al mercado laboral casi con 30 años y encontrarse con que todos estos años tienen poco valor. En medio, algunos han triunfado con más o menos dificultades.

XAHORAx, los primeros (los que dejaron los estudios o acabaron los obligatorios y se pusieron a trabajar) están siendo expulsados de todas partes. Han sido la cara más visible de la crisis: los primeros en verse barridos del mercado laboral, y gratis. Es lo que tiene la precariedad, una lección que no han aprendido nuestros poderes públicos, como demuestra la reforma laboral. Estos jóvenes ven que la crisis tiene poco de breve y que se alarga una situación que llega a la desesperanza. No saben si quizá solo pueden esperar ser el ejército de reserva de nuestra sociedad una vez pase la crisis.

Los segundos (la generación mejor formada de nuestra historia) ven que la ecuación sobre la que han construido su realidad es errónea: esfuerzo más formación no es igual a éxito. Tardan más de un año en encontrar trabajo, y el que encuentran no tiene nada que ver con aquello a lo que aspiran. Es subempleo con bajos salarios y alta temporalidad. Para ellos, lo más duro de todo es tomar conciencia de que el itinerario vital estudios-trabajo-emancipación es un fraude y que hoy en día esa secuencia no existe. Empiezan a mirar a Europa como salida de emergencia de un país que les ofrece trabajo en condiciones deprimentes.

Tanto de los primeros como de los segundos se ha acordado la reforma laboral. A los primeros se les condena al salario mínimo hasta los 25 años, si con suerte encuentran empleo, con los cambios establecidos en el contrato por la formación. A los segundos se les condena a poder encadenar cuatro años de contratos en prácticas, lo que significa llegar a la treintena cobrando entre el 60% y el 75% del sueldo de sus compañeros de profesión. En conjunto es una gran mentira: no son contratos puente para entrar en el mercado laboral y luego estabilizar la situación laboral. Porque, por ejemplo, entre el 2006 y mayo del 2010, de todas las conversiones a contratos indefinidos solo un 2,61% tuvieron como origen una de las citadas modalidades contractuales. Y los jóvenes aún esperan que se aborden los cambios que verdaderamente necesitan: los primeros, una reforma del sistema educativo que permita recuperarlos y a la vez evite que más personas de esas edades entren en la misma situación; y los segundos, un cambio del modelo productivo que les permita tener oportunidades dignas en el mundo del trabajo.

Mientras, nos perdemos en un debate maniqueo, de blancos y negros, sobre si la responsabilidad de esta situación es individual --es decir, de cada joven-- o colectiva, de todos. Y así, los primeros parece ser que pierden todas las esperanzas sin encontrar ninguna mano que les ayude. Y los segundos se van cansando de la situación y empiezan a marchar de nuestro país. ¿Cómo va a funcionar una sociedad que no permite la autonomía de los jóvenes trabajando ocho horas al día, cinco días por semana? ¿Cómo puede funcionar una sociedad donde eres precario hasta los 35 años y donde, si te quedas en paro, vuelves a ser colectivo de riesgo a partir de los 45 años? ¿Cómo puede funcionar una sociedad donde solo tienes 10 años de tu vida laboral sin ser colectivo de riesgo?

Los que están aprobando la reforma laboral para precarizar más el mundo del trabajo y no tienen como prioridad a nuestros jóvenes deben ser conscientes de su responsabilidad en esta bomba de relojería a la cohesión social de nuestro país. Desde UGT llevamos presentando el informe sobre los otros jóvenes desde el 2005: la evolución ha sido de 65.900 a 154.000. Sobran comentarios. Dejamos que el presente vaya pasando sin darnos cuenta de que el futuro se oscurece a marchas forzadas.