Indignación. Esa es la palabra que define el estado de cabreo en el que nos hallamos muchos extremeños desde el pasado viernes. Otra batalla perdida. Nos lo olíamos cuando se retrasó la decisión el pasado día 15, pero pensábamos que el gobierno optaría por una decisión salomónica que no contentara a las dos partes pero, al menos, no optara claramente por una de ellas. Pero mira tú por dónde que, al final, pasó lo de siempre: que Extremadura perdió. La decisión del Ministerio de Agricultura sobre el futuro del cava perjudica claramente a nuestros intereses, en particular a los de Almendralejo, lo que pone de manifiesto el escaso poder que tenemos fuera de nuestras fronteras y demuestra que, ante un reto de esta naturaleza, quien manda gana.

De todas las afirmaciones que se han hechos estos dos días sobre el caso me quedo con la del Ayuntamiento almendralejense: «Quien toma decisiones aceptando un chantaje político, ni contenta al chantajista, que siempre querrá más, ni contenta al que perjudica con semejante muestra de deslealtad». No es para menos y eso que el partido que rige en la ciudad, el PP, es el mismo que en España. Pero un gobierno debe estar para ser justo y en el caso del cava extremeño la decisión supone cercenar de una tacada las aspiraciones y anhelos que se habían generado de un tiempo a esta parte, donde la producción y comercialización de cava extremeño se han disparado por 50 a tenor de la demanda, lo que se traduce en riqueza y puestos de trabajo.

El BOE del pasado día 29 trajo la mala noticia y eso que estaban convocadas las partes para el 2 de enero a fin de hablar y parlamentar, una reunión a la que ya se ha dicho que no se va a acudir desde Almendralejo. Para hacer de títere con la decisión tomada de antemano, mejor quedarse en casa.

El Ministerio atiende en parte a la Denominación de Origen Cava, regentada en un 98% por bodegas catalanas, y establece un límite de 172,2 hectáreas para las solicitudes de nuevos viñedos que se generen en 2017, que además se reparte a partes iguales entre los tres tipos de solicitudes: nuevas plantaciones, replantaciones y conversiones de derechos de replantación (57,4 hectáreas cada una). Eso se traduce en el caso de Extremadura en una congelación de sector pura y dura.

Con esta limitación se daña a una modalidad vitivinícola pujante y con futuro que ya tiene plantadas en Tierra de Barros de orden de 1.450 hectáreas de viñedo, con un incremento de casi 400 en 2017. La producción de cava ha subido en esta zona de manera espectacular en poco más de una década, pasando de poner en el mercado apenas 100.000 botellas en 2005 a tener esta campaña una previsión de ventas de más de 6 millones. El caldo extremeño con burbujas se exporta a 35 países (entre ellos Bélgica y Rusia) y lo que nació casi como algo anecdótico en frente del todopoderoso sector catalán, ha empezado a hacerse un hueco en cuanto a calidad y precio, lo cual comienza a incomodar a las bodegas tradicionales que se han venido repartiendo el pastel desde siempre.

Lo único bueno en toda esta ‘guerra’ de papeles es que el Ministerio de Agricultura ha determinado su restricción solo por un año en lugar de por tres como ha hecho en otros caldos y solicitaba la propia Denominación de Origen fundamentada en dos estudios encargados a la Universidad de La Rioja y la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona. Ello supone que se tendrán que saldar nuevas batallas a lo largo de 2018, dado que la pugna continuará al albur de esta polémica, sin descartar el paso por los tribunales como ya ha anunciado la Junta de Extremadura.

Es cierto que vinos espumosos se pueden seguir haciendo sin estar sujetos a la Denominación de Origen, pero el mercado internacional busca esta ‘denominación’, valga la redundancia, como signo de calidad e identificación con un producto sujeto a determinados cánones. Se entiende que no se pueden tirar por la borda años de trabajo con una superproducción que trastoque o altere el mercado pues llevaría aparejado una bajada de precios y una devaluación del producto, pero ciertamente este caso no se da todavía, entre otras cosas porque el 75% de la producción se exporta, un porcentaje que va a más. Aquí lo que trasluce es que resulta más cómodo ponerle cadenas al competidor cuando se aprecia que su producto es igual de bueno que el propio. En ese caso no se apuesta por el libre mercado como se ha hecho en otros, se media para que unos sigan marcando el ritmo de los demás. Así de simple.