La detección de dos partículas radiactivas en la central de Vandellòs puede ser un incidente menor, pero llueve sobre mojado y es evidente la intranquilidad de la opinión pública cada vez que se produce una situación anómala en una central nuclear. No es menos evidente que los mecanismos de control, que detectaron la primera de estas partículas en la carga de un camión que salía de la central, fueron insuficientes para detectarla en el momento de cargar con tierra el vehículo. Y no deja de ser preocupante que la segunda partícula solo se localizara como consecuencia de la inspección decidida después de dar con la primera.

Por todo lo cual, y sin prejuzgar nada, cabe sospechar que los sistemas de control de la central son mejorables o son los precisos, pero se gestionan con rigor insuficiente. En todo caso, no es exagerado reclamar al Consejo Seguridad Nuclear (CSN) mecanismos de fiscalización más adecuados e inmediatos, siquiera para evitar un estado de inquietud demasiado habitual entre los ciudadanos, y a la fiscalía, la intervención de oficio. El precedente del gravísimo incidente de Ascó, en noviembre del año pasado, ha hecho saltar todas las alarmas, y a la desconfianza --justificada o no-- que despiertan las centrales se une la que se asocia a la permeabilidad de los controles.

Por más que se quiera quitar gravedad al asunto, una central nuclear no es una instalación industrial más, y cualquier señal de debilidad en la seguridad de la misma causa alarma. Y si algo no funcionó en Vandellòs como es debido, por irrelevante que sea, debe darse a conocer para tranquilizar a la población y evitar el secretismo.