Qué papel juegan los espejos en nuestras vidas? Desde luego, están por todos lados, rodeados de superficies que hacen un papel reflector. Hasta en nuestro bolsillo, agazapado en el móvil. Si esta «etapa» que vivimos está dominada por algo, lo es por la imagen. Que ha invadido espacios, ocupado portadas, sembrado una pretendida dictadura. Pero el espejo es sólo instrumento: devuelve la imagen fiel de quien lo busca.

¿Fiel? En realidad, está herida de una infidelidad: la perspectiva de quien mira ese espejo. Como en las grotescas escenas de los espejos del Callejón del Gato, que describió bohemio Valle Inclán. Cóncavos o convexos, podemos vernos más altos, más guapos, más fuertes. O al contrario, feos, bajos, contrahechos. Somos, sí, capaces de mentirle el espejo. Planteando preguntas de las que no queremos repuestas, como brujas preparando venganzas en forma de fruta.

Nuestros partidos políticos «convencionales» (de tradición y también de «Convención» nacional) están acostumbrados a mirarse en el espejo. Y no parece que se cansen de la contemplación. Ni dan muestras de cansancio de sí mismos ni hay una gota que desmienta su narcisismo. Como ufanos Dorian Grays, se sienten rejuvenecidos en sus espejos. Echar un ojo con pretensión entomológica a sus convenciones es un ejercicio divertido: un continuo gorjeo de aleluyas y loas al líder (de turno). La autocrítica no está invitada y la disensión, tan mal vista que no le franquean la puerta en la entrada. Te quedas fuera de la discoteca, maja.

Es normal: el espejo de estos partidos son sus mandos, delegados y militantes. Como están construidos los partidos en España, es lo normal. Si quien se mueve no sale en la foto, no digamos nada de los que alzan la voz. Convendría subrayar algo que ya sabemos: estos partidos se han convertido en no pocas ocasiones en okupas de las instituciones y funcionado como agencias de colocación a tiempo completo.

Nuestra izquierda, socialista, y derecha, popular, se pretenden hegemónicas. Pero ya no lo son. Lo curioso de todo esto no es lo que les ha costado asumir que existen otras opciones, que deben compartir el espacio electoral y perder cuotas de gobierno. No. Es su permanente desprecio, mal disimulado, a unos recién llegados que no lo son tanto («¡No han gobernado nunca! ¡Tienen poca experiencia!»).

El Partido Popular se asombra de que aún no les quieran, no les jaleen. No les reconozcan el esfuerzo. Cifrado el cariño popular en la recuperación económica, es lógico que no vean que este crecimiento --positivo y poco esperable-- se ha dejado jirones humanos por el camino. Su enroque, tan propio del carácter de su líder, les impide ver lo que el resto observamos con claridad: sus escándalos se suceden día a día y nadie ha hecho el mínimo esfuerzo de reconocer que ha habido corrupción. Como si fuera cosa de unos pocos, como si no existiera más allá de las paredes judidicales. Ocurre que existe y que para tapar la inmundicia no son suficientes paños (calientes). Y no, lo del máster no es la clave ni servirá para hacer un esfuerzo de regeneración (más que el ajuste de cuentas interno que se adivina).

Enfrente, en Ferraz, Pedro Sánchez se prepara para ser presidente. De algo, algún día. Por la fuerza de unos militantes entregados. Los mismos que parecen no haber visto lo que los demás observamos con claridad: que tienen 85 escaños, cayendo sobre su anterior caída. Sin más programa de estado que la ambición de desbancar, siendo muleta ahora de Podemos o apoyado por Ciudadanos. Sin una visión de estado y con la corrupción del Partido Popular bien cogida entre los dientes, como si Andalucía no existiera. Pero existe.

Ambos partidos deben pasar por el taller. Pero no lo harán porque se siguen viendo bien en sus espejos. Esa es la voz que escuchan, no de los votantes. Ahora mismo, corren un riesgo de cinismo y autocomplacencia que puede desalojarles de poder y derivarlos a la insignificancia. Se preguntan, como Alicia en «A través del espejo». «Pero un sueño no es la realidad- ¿Y quién te dice cuál es cuál?». Y pasan página.

Ni Ciudadanos ni Podemos necesitan ese taller (si bien estos últimos están más cercanos por la «trampa de virtud» a la que ellos mismos se han sometido), ya que su problema es la definición, que en los otros es exceso, esgrimiendo en sus posiciones un «usted no sabe quién soy yo». Pero que no hagan tanto caso del espejo. El de sus casas.