El próximo viernes 24 de enero, a las 20 h., se presentará en la librería La Puerta de Tannhäuser, de Plasencia, el libro Los cuerpos partidos, de Álex Chico (Plasencia, 1980), publicado por Candaya, quizás hoy en día, junto a Periférica, la editorial independiente con un catálogo más valioso. Acompañarán al autor el escritor placentino Javier Morales y la argentina Clara Obligado, asentada hace décadas en España.

Aunque publicado en una colección de narrativa, el de Chico es un libro híbrido, anfibio entre el libro de viajes y de memoria, aunque en realidad se trata de eso: de un viaje hacia la memoria, personal y colectiva, de la emigración. La obra parte del interés del autor hacia la figura de su abuelo paterno, Manuel Chico Palma, que murió antes de que él naciera, y que emigró desde Cúllar Vega (Granada) a Bousbecque, un pueblo en la frontera entre Bélgica y Francia.

En Extremadura, como en Galicia o algunas zonas de Andalucía, es raro quien no tiene unos cuantos familiares que emigraron, al norte de España o al norte de Europa. De un pueblo como Cañamero, con el que no me une ningún vínculo, he coincidido por azar con personas que emigraron a París, Stuttgart o Bonn. ¿Qué queda de Cañamero en esas ciudades? Por desgracia, nada. ¿Qué huella dejaron los emigrantes en esos países que ayudaron a reconstruir, o en esas regiones que ayudaron a hacer prósperas? Ninguna. Se les pagó, ese era el trato. No se les dio las gracias, como si fueran invisibles.

El libro se divide en tres partes: en la primera, «La larga marcha», Chico evoca el viaje de su abuelo, cuya viuda vive aún en una residencia de ancianos de Barcelona, pero ya «no tiene memoria», lo cual pone al autor ante el reto de construir un relato a medias documental, a medias ficticio, ayudándose de «historias ajenas», de lo que han dicho otros, en el cine o la literatura. El emigrante, al partir, se partió, quedando por un lado en el lugar de su ausencia, ese «paisaje de niños sin padres y madres sin marido» en que se convirtieron muchos pueblos de España (y no digamos de Extremadura), por otro en ese lugar tan prometedor como humillante a veces, pues Chico expone sin tapujos el «racismo sutil» y la «xenofobia sibilina» que sufrieron de mil formas (desde cacheos arbitrarios a multas injustas o gestos de desprecio) los emigrantes españoles, considerados «seres sospechosos» como hoy lo son los africanos. Chico recuerda también la versión edulcorada que durante el franquismo se daba de la emigración, que al régimen venía de maravilla (menos paro, menos disidentes potenciales, e ingreso de divisas) y lo compara con la imagen que se daba en el programa Españoles por el mundo durante los años de la crisis, donde la emigración «no se presenta como una necesidad» sino como «un simple capricho».

La segunda parte, «Camino de vuelta», trata de la segunda derrota del emigrante, el regreso a un lugar que ha cambiado durante su ausencia y ya no lo reconoce. Por eso, muchos emigrantes no retornaron del extranjero a sus pueblos, sino a la capital de provincia, a Madrid o a Barcelona.

La tercera parte, «Diario de viaje», describe la visita de Chico a Bousbecque, y a Belicena, donde su abuelo marchó al final de su vida, pues «no quería morir en Barcelona, o no quería morir en un lugar que no fuera Granada».

Álex Chico sabe también de desarraigos: nacido en Plasencia, pasó su infancia en la periferia de Barcelona, para luego regresar a Extremadura y, tras los estudios, volver a Barcelona, donde es profesor de secundaria. Por ello, reconoce que «hay emociones de las que nunca podré desprenderme: desubicación, extrañeza, desconcierto, extranjería». Quizás por ello, este libro es hasta la fecha el más emocionante de los suyos y, seguramente, también el mejor.

*Escritor.