WLw a conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Bertolt Brecht se ha cruzado en el calendario con la revelación hecha por Günter Grass de que formó parte de las Waffen SS, cuerpo de élite del Tercer Reich. El primero fue perseguido en la Alemania nazi, pero sufrió igual suerte en Estados Unidos, sumidos en el clima de delación y sospecha creados por el senador Joseph McCarthy; cuando regresó a su patria dividida encontró cobijo en la Alemania sometida a los dictados de Moscú. El segundo ha reconocido su militancia adolescente en el nazismo, del que es uno de los críticos más luminosos, desde sus primeros pasos literarios, hace casi medio siglo, hasta la última línea surgida de su fértil pluma.

En ambos autores se resumen todas las contradicciones de los intelectuales que, al mismo tiempo, son hombres de acción que navegan en el mismo barco que el resto de la sociedad. Pero, también, todas las virtudes del genio creador capaz de convertir las experiencias personales en valores universales. Y, en los dos, piedras sillares de la cultura universal, es posible encontrar, como en muchos otros, los cimientos morales de la cultura europea contemporánea, que, después del nazismo, del fascismo y del stalinismo, hubo de enfrentarse a sus propios monstruos. Seguramente Grass debió haber divulgado antes sus errores de juventud, pero dudar del valor de su obra a causa de su pasado es tanto como hacerlo de la legitimidad ética de la transición europea que siguió al final de la segunda guerra mundial.