Tengo entre mis dedos un cigarro apagado, sin intención de encenderlo, sólo por estética y quizá más por ética. Me traiciona mi vocación de magia simpática e intento acercarme a él con esta pose. Ayer, 1 de julio, se cumplieron cien años del nacimiento de Juan Carlos Onetti , uruguayo, que vivió en cuatro ciudades: Montevideo, Buenos Aires, Madrid y Santa María. Esta última que no cambia ni se transforma con el paso del tiempo, o sí, como las otras, pero en otro sentido. Se ha ido expandiendo, haciéndose más grande, abriendo sus avenidas, integrando nuevos habitantes, nosotros, multiplicándose.

Es Onetti una persona que a lo largo de su vida se fue rehaciendo, redibujándose, sobre sí mismo, honesto hacia sí mismo, y fuera de los focos y de las luces, en las sombras del escenario, al que nunca se subió ni quiso subirse, él decía que por su timidez: "Yo nunca he sabido hablar ni bien ni regular. La elocuencia, atributo muy hispánico, me ha sido vedada. Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no les dijera nada".

Tampoco tuvo la oportunidad hasta bastante tarde, cuando ya era reconocido y apreciado por los escritores del denominado ´boom latinoamericano´, algunos de los cuales lo consideraban un maestro. Pasó caminando sin hacer ruido, en silencio, muchos años, por no decir demasiados, pasándolas canutas, escribiendo, pues quien quiere ser escritor no debe querer ser escritor sino escribir.

En 1975 emigró a Madrid, después de circunstancias duras y penosas, económicas e ideológicas, con residencia en prisión y en un psiquiátrico incluidas, por cometer el delito de ser jurado en un concurso de cuentos. En sus últimos años de vida y en Madrid, decidió que su reino era su cuarto y que su cuarto era su reino, donde iban a visitarles los amigos, pues no salía de allí, en ocasiones ni de su cama. Se puede interpretar, y se ha realizado, esta actitud desde distintos puntos de vista, otorgándole causas diversas y plurales, algunas hasta médicas, pero para mí no era más que una manifestación física de algo que ya venía haciendo desde siempre, vivir en un territorio propio y específico, autónomo y preciso, el de la imaginación y dedicación portentosa a la lectura y a la escritura. Sin hacer ruido, en silencio.

En la entrevista televisiva que le hizo Joaquín Soler Serrano , este le pregunta: "¿Usted ha conocido mucho a Cortázar y lo ha tratado?". Y responde: "Sí, muchísimo, yo lo traté mucho en Buenos Aires antes de que Cortázar fuera Cortázar, fuera el escritor Cortázar, y éramos muy amigos y creo que lo seguimos siendo.". El profesor Olver de León cuenta que en una estancia de Onetti en París, en sus últimos años, éste le dice: "Tengo ganas de conocer a Cortázar antes de que me muera, ¿vos conocés a Cortázar?, a mí me gustaría conocerlo.". Y Olver realiza unas llamadas esa misma tarde para intentar por mediación de otro profesor hacerle llegar a Cortázar la indicación de que Onetti está en París y que quiere conocerlo (desconociendo que ya se conocían de muchos añas atrás), y que esa misma noche estarán en tal sitio cenando con otras personas, por si puede pasarse. Y cuenta Olver: "A las diez y media de la noche, estábamos cenando, y una imagen que nunca olvidaré- y llega Cortázar, que era enorme y Onetti también, y Onetti se levanta y- Julio- y se dieron un abrazo que era casi un abrazo eterno, una escena maravillosa".

Y esta historia, que él mismo llenó de omisión o ficción intencionada, un juego secreto de un reencuentro privado pero en público, tal vez sea otra de sus formas de doblar la realidad, hacernos a todos entrar en la creación literaria, llevándonos por rincones desconocidos. Amistad y Libertad. "Porque la libertad ha sido siempre una principal preocupación, y también una causa principal, para todos los hombres sensibles e inteligentes", dijo en el discurso del Premio Cervantes. Mientras un día le cogía de la mano a Antonio Muñoz Molina y le decía: "Es lindo sentirse amigo". Félix Grande lo sabe.