Escritor

España --que sí, hombre, que sí, que se sigue llamando así-- se ha llenado de paseantes. Es un asombro. En estos días tan felices, el paseante es el rey. Si llueve nadie le intimida, y de inmediato saca el automóvil, y si es necesario lo utiliza hasta para ir a la cola del autobús. El caso es pasear. En Badajoz hace años hicieron dentro de la ciudad un chequeo de adónde íbamos (qué pregunta tan malhadada) y la sorpresa fue que el 20% no iba a ninguna parte. No sabían adónde iban. Me imagino que la evolución habrá sido a mejor, o sea, habrá crecido el número de desnortados. No es una locura ésta de no saber adónde vamos, porque el Gobierno tampoco lo sabe. Los únicos que saben dónde van son los que marchan a Irak, que no es el caso de Bush si aceptamos la tesis que la muestra del pavo de plástico fue en unos estudios de Hollywood, lo mismo que tampoco fueron a la luna y fue un montaje de Jesús Hermida.

Una pregunta: ¿Y si no sabemos dónde vamos, adónde vamos? Es la pregunta del millón. En Badajoz y Cáceres ocurre que son ciudades donde ha aumentado de forma alarmante cómo gentes desconocidas se mueven por la ciudad sin que ellos sepan dónde van, ni nadie sepa nada de ellos. En Badajoz, por ejemplo, hay un calvo con gafitas que te lo encuentras en los sitios más insospechados. Nadie lo ha visto pararse con nadie. ¿Serán fantasmas? ¿Han acudido a Extremadura sabedores que la Junta es el organismo que más invierte por habitante de toda España, gracias a que tiene embridado a sus empleados, por ese atlante de la economía que es Manolo Amigo...? Esto sin contar a los abuelos, que con sonrisa de final de itinerario pasean a sus nietos, o mi buen amigo Manolo Pérez, que caigan rayos y centellas del cielo, atraviesa el éter sin romperlo ni mancharlo, o ese hombre del mono azul, en estos días con cazadora Fashion , que atraviesa sin temor la carretera de Valverde hasta cincuenta veces sin que nadie sepa quién es y a quién pretende acojonar.

Hay también un paseante de sombrero negro, gabán a juego, lentes de oro y una bolsa de Champion , que pasea silente y escurridizo como si fuera el pasado de Badajoz, del que nadie apenas sabe nada, y lo que cuentan los cronistas no es cierto, pero después de lo del pavo de Bush, todo es posible.