Periodista

Llegué a Talayuela y me llamó la atención que la mayoría de los inmigrantes calzaran sandalias a pesar del frío. Se les veía por las aceras, formando grupos y charlando sin parar. Entré a tomar café en un bar y el camarero me comentó que los musulmanes no se integraban ni a la de tres. Le pregunté que qué entendía él por integración y me respondió que ir a los bares, participar en las fiestas del pueblo bebiendo y divirtiéndose y comprar en las tiendas de los comerciantes locales.

Dediqué la tarde a deambular por el pueblo fijándome en los pequeños detalles. Descubrí, por ejemplo, que los inmigrantes no entran en los bares ni se entusiasman en las fiestas porque no beben alcohol. Prefieren reunirse a tomar juntos el té, que para ellos es más rito y ceremonia que bebida. En la sede de Cáritas en Rosalejo hay una habitación donde los marroquíes se reúnen a preparar el té, a ver la televisión y a charlar. También hay una habitación con una alfombra donde realizan sus rezos.

Me interesé por la razón de que no compraran mucho en las tiendas españolas y me respondieron que sí compraban, pero no todos los productos. Por ejemplo, la carne la consiguen en carnicerías donde matan al estilo de su tierra y de su religión. En cuanto a los demás alimentos, algunos no se encuentran en los supermercados del pueblo. Por ejemplo, el té, que no es el clásico inglés ni un Hornimans de bolsita, sino un té especial comúnmente llegado desde China. Lleno de curiosidad, me acerqué a una de las tres tiendas marroquíes que hay en Talayuela. Les sirven los productos desde una central distribuidora que tienen en Murcia. Compré una caja de té verde 555 , que me dijeron que era el de calidad superior, por poco más de un euro, y dos cajas de cuscús.

En la tienda me facilitaron algunas informaciones interesantes como que en Murcia ganan 12 euros más que en Extremadura por jornada de cosecha o que allí cuentan con guarderías, comedores comunitarios y duchas colectivas, algo de lo que carecen aquí. Eso sí, prefieren Extremadura a la hora de cobrar el paro agrario. Observé otros pequeños detalles: los marroquíes son educadísimos hasta el punto de regañar al que no saluda, las mujeres españolas no les resultan atractivas (casi ni las miran) y las personas de Cruz Roja, Cáritas y otras organizaciones que trabajan con ellos son extremadamente amables, profesionales y eficaces.

De regreso a Cáceres, me acordé mientras conducía de mi primer viaje al extranjero. Fue a Clermont Ferrand (Francia) en los años 70. La situación de los inmigrantes españoles era exactamente igual a la de los marroquíes de Talayuela: cuando no trabajaban se reunían con los demás compatriotas en la Casa de España o en pisos y parques; compraban los garbanzos, el embutido y el aceite en una tienda española llamada El Toro Sánchez ; no se les ocurría piropear ni en broma a una francesa; no frecuentaban los bares locales y tenían el mismo objetivo inmediato que los marroquíes de Talayuela: sacarse el carné de conducir, comprarse un coche y regresar a su país conduciéndolo orgullosos.