TDtos palabras queman la actualidad: nación y nacionalismo. Puestas al trasluz, quizás no den para tanto incendio: la idea de nación no parece, a día de hoy, tan rocosa como para extraer de la misma perennes, inamovibles, graníticos individuos absolutamente diferenciados de los componentes de otras tribus. El nacionalismo es un sarpullido de campanario parroquial que, como decía Ortega , hay que conllevar, y como diríamos muchos, produce excesivos y agrios quebraderos de cabeza.

La realidad se aviene a otras experiencias de observación directa y diaria: conviven maneras de pensar, de trabajar, que superan esas únicas y excluyentes maneras en que quieren encerrar la realidad. Ni siquiera la lengua es ya seña de identidad absoluta, pues se hablan varias, como varias son las razas que conviven, desde que las fronteras se evaporaron. La luz de la internacionalización ilumina ahora los movimientos sociales y son éstos los que informan el crecimiento o la desintegración de los pueblos, dejando a los separatistas y a los separadores sin razones para sus incendios.

*Licenciado en Filología