El lehendakari López se ha comprometido a borrar a ETA de los espacios públicos de Euskadi. Es una promesa fundamental, comprometida, difícil y apasionante; en la medida que ETA y sus símbolos ocupan espacios públicos y tienen apariencia de normalidad simulan tener una cierta legitimidad para su existencia. Revertirlos en una imagen puramente clandestina, perseguida y limpiada supone situar el entramado simbólico del terrorismo en el terreno que le corresponde.

Todo esto sucede cuando la lucha policial e internacional funciona, cuando en las cárceles se promueve la rebelión de los presos y cuando el entramado institucional de ETA se ha quedado sin espacio. Además, si en alguna manera el PNV en el poder fue condescendiente con algunos aspectos del terrorismo, esa situación es ya irreversible.

Los socialistas vascos tienen muchos retos por delante. Y uno más es no caer en la tentación de acelerar los tiempos en los que tiene que desparecer la violencia del País Vasco. Se oyen cantos de sirena que reclaman una nueva negociación desde la frustración que se ha promovido el fracaso de la anterior por la intransigencia terrorista. Es tarde para negociar, sobre todo porque no hay confiabilidad en los terroristas y, sobre todo, porque una negociación es innecesaria cuando la organización se desmorona.

Sencillamente habrá que estar preparados para el acto de la rendición y en ese momento, según como se produzcan los acontecimientos, la sociedad decidirá si quiere aplicar algún tipo de indulgencia siempre y cuando la contrición y el arrepentimiento sean explícitos. Con Patxi López se ha acabado la entelequia de que han existido gudaris; se trata sólo de asesinos.