Pedro Sánchez tiene un problema con Podemos. Es la única puerta con que cuenta para entrar en el gobierno e Iglesias quiere cobrarle peaje. Desde el 28 de abril para acá hay que ver cómo han cambiado las cosas. De vérselas tan felices a estar abocados a una nueva convocatoria electoral. La negociación del nuevo gobierno, a 12 días vista, se plantea como una partida de póquer en la que uno no sabe qué mano lleva el de enfrente y cuánto está dispuesto a perder para ganar. ¿Aguantará Sánchez las exigencias de Iglesias? ¿Actuará Iglesias con cabeza sabiendo que perder la partida le llevará a un escenario electoral peor? El viaje al centro del PSOE fracasó, el ‘no es no’ instalado esta vez en la boca de Rivera lo hizo imposible. Así pues, o hay acuerdo entre las fuerzas de izquierda --sea en coalición, sea en cooperación-- o vamos nuevamente a las urnas.

En Podemos no quieren nuevas elecciones. Saben que si llegan, y esa posibilidad existe dado el marasmo en el que se hallan las negociaciones, se reforzaría el PSOE y de paso el PP. Diluido el efecto Vox y reasignado Ciudadanos al bando de las derechas, los populares crecerían recuperando buena parte de sus ‘fugados’ y el PSOE sumaría apoyos bien desde Podemos bien desde Ciudadanos. ¿Por qué entonces los socialistas no fuerzan una convocatoria electoral? Digamos que esa baza se la guarda Pedro Sánchez en la manga y su estrategia pasa por cumplir la amenaza si Iglesias se enroca en sus exigencias de sentar a demasiados podemistas en el Consejo de Ministros.

El referéndum convocado por los morados no viene a ahondar en el acuerdo. El margen de maniobra se estrecha al introducir una consulta donde 190.000 inscritos deben opinar sobre las dos opciones de gobierno puestas encima de la mesa: una, la propuesta por el PSOE basada un gobierno con fichajes puntuales del entorno de Podemos; y la otra, la apuntada desde de la dirección morada con un gobierno de coalición puro y duro ajustado a la representación de cada partido. Tal y como está planteada la consulta se deja entrever una decisión ya adoptada de antemano, la de Podemos por supuesto, y pone en jaque toda la negociación. Sin embargo, visto con perspectiva, no deja de ser una estrategia de presión más a Sánchez para ver si mantiene el tipo y no se achanta sobre sus postulados iniciales.

A medida que pasan los días y se aprecia este escenario de bloqueo no hay por menos que pensar en un cambio de legislación. España no puede permitirse este compás de espera en el que un ejecutivo en funciones, salido de una moción de censura, lleva más de un año en el poder y veremos el tiempo que pasa antes de que sea definitivo. El parón que sufre el gobierno se traslada a todas las esferas de la vida pública española. Nuestra Constitución impide que quien gane las elecciones pueda gobernar si no conforma una mayoría, y permite a su vez que un partido minoritario se convierta en bisagra o piedra angular del partido vencedor si precisa de sus apoyos. No estoy a favor de modelos como el griego, sugerido estos días, cuya legislación concede 50 escaños ‘extras’ a quien gana las elecciones, pero sí de aplicar un sistema similar a la elección del presidente del Congreso, cargo que ostenta el diputado más votado de cuantos se presentan por parte de los diferentes grupos.

De momento hay que lidiar con el sistema actual. Veremos qué ocurre de aquí al jueves con el referéndum podemista en marcha y en qué cede el PSOE para que los morados entren en el redil a pesar de sus bases y de las pretensiones de Pablo Iglesias que empezó por exigir ser vicepresidente y ya se conforma con ser ministro. Quiero pensar que habrá más cabeza que tripas y que no se someterá a los españoles a unas nuevas elecciones. En política hay que saber ceder y también ser consciente de hasta dónde se puede pedir. Y para ello hay que obrar pensando en el conjunto, no del partido sino de los votantes. Consejo muy útil: los egos, los de los unos y los de los otros, deben dejarse en casa.