En este momento de balances sobre José Luis Rodríguez Zapatero conviene subrayar que se habría quemado igual, pero no más, si, junto a su ofensiva para mejorar las libertades civiles, hubiese hecho una ofensiva de reformismo económico. Sobre esto último, se ha limitado a una política a la defensiva --y solo mientras pudo-- de las coberturas del Estado del bienestar. A Zapatero se lo lleva en primer lugar la crisis, como se lleva a todos los demás gobernantes --de todos los colores-- que han tenido la mala suerte de coincidir con ella. En todos los países la gente de la calle está decepcionada, no se considera responsable de lo que pasa, cree que quienes gobiernan no saben afrontar con eficacia la situación, y quiere que vengan otros, los que sean, por si pueden hacerlo mejor.

Pero a Zapatero se le echa además con un hartazgo y desdén particular. Dentro de algunos años, con perspectiva, quizá lleguemos a saber si cuando se negaba a admitir que ya estábamos en crisis, lo que exhibía era una suficiencia irresponsable o una miopía por su escasa formación económica. Pero no descartemos otra posibilidad: que al ver lo que venía un miedo paralizador le impulsara a esconder la cabeza bajo el ala y perder un tiempo precioso. Luego, tarde, al carecer de una hoja de ruta económica propia se entregó sin más a las instrucciones de los poderosos en materia financiera de la Unión Europea. Entonces empezó a hacer aquí prácticamente lo mismo que los demás líderes en sus respectivos países, pero su vacilación le había desacreditado irreversiblemente.

XSI ANALIZAMOSx a Zapatero en lo que no es la doctrina económica, convendremos en que supo situarse a la vanguardia de la gastada socialdemocracia europea en la ampliación de los derechos sociales y civiles. Mas allá del prestigio que ganó retirando unilateralmente las tropas de Irak tras la flagante desobediencia de Aznar a la voluntad general de los españoles, y más allá de su tenacidad contra ETA (primero arriesgándose con el diálogo, y después de la traición de los terroristas machacándolos), su amplia política a favor de la igualdad y libertad de sexos es ya un hito histórico. Junto a eso, su actuación para mejorar la ley del aborto, luchar contra el tabaco, actualizar en lo posible el Código Penal y racionalizar la política de extranjería ha sido meritoria. Si hablásemos con lenguaje futbolístico, en todo eso Zapatero jugó como un imaginativo interior izquierda creador y goleador.

Frente a esa brillantez, su aportación y valentía ante la necesidad de modernizar la actuación económica del socialismo democrático ha sido, en cambio, vulgar. Si volvemos al símil del fútbol, en esta materia ha jugado como los defensas de antes, aquellos que cruzaban pocas veces, casi siempre sin criterio, la raya central del campo. Es verdad que, incluso en la crisis, antes de su desordenado repliegue del último año, intentó defender ante todo el Estado del bienestar. Para ello incluso incrementó peligrosamente el déficit. Pero cuando le invadió el pánico a una intervención formal de la UE en la economía española en nombre del realismo, del realismo conservador, tomó decisiones particularmente dañinas para quienes había protegido. Hizo cosas que quizá debían hacerse (pero antes, de otra manera y con contrapesos globales), como alargar la vida laboral o abaratar el despido. Pero hizo cosas que no debía hacer, como encarar el déficit abordando en primer lugar los sueldos de los funcionarios y las pensiones en vez de simplificar nuestro abusivo esquema administrativo.

En cualquier caso, lo peor de Zapatero es anterior y más general. No quiso entrar antes, durante la bonanza, en cuestiones clave. Careció de coraje para defender que los impuestos son necesarios, pero deben ser más equitativos. Contemporizador con el mundo financiero, no modificó flagrantes injusticias. Un ejemplo: la dación. Ahora líderes nada radicales reconocen que "hay que evitar que los intereses de demora por las hipotecas vayan más allá de lo decente", pero ¿cómo consintió Zapatero, de izquierdas, esa indecencia cuando ya teníamos desahucios masivos? En la misma línea, ¿por qué esperó a hablar de un impuesto para las grandes fortunas únicamente después de los recortes gravísimos en sanidad y enseñanza?, ¿por qué no se adelantó a poner sobre la mesa el impuesto a las transacciones financieras?

Todos los líderes socialdemócratas son culpables de todo eso, pero Zapatero, que replanteó esa doctrina, tiene la responsabilidad de no haber entendido que no es posible una política de izquierdas que no regule la economía y distribuya mejor las cargas. El progresismo sin eso es la tortilla sin huevos. Tras estallar el escándalo de Lehman Brothers se habló de la necesidad de replantear el capitalismo, pero él se sumó al silencio de sus colegas en cuanto pareció estabilizarse el panorama. En estas cuestiones no ha sido coherente. Habría perdido el cargo igual, porque la crisis, como decía, no perdona a ningún gobernante. Pero habría sido mejor y no habría decepcionado tanto a los electores de la izquierda.