Los sabios nos recomiendan no hablar de política, de religión ni de fútbol. El consejo, aun siendo bueno, se me queda corto. Creo que en una sociedad tan polarizada como la nuestra lo ideal sería no hablar de nada. Las cenas familiares de Nochevieja, sin ir más lejos, pueden convertirse en un polvorín, no porque los asistentes no se quieran, sino por algo mucho peor: por pensar diferente. En estos ágapes es necesario ser cautos y evitar las conversaciones, limitarse a comer, felicitarse las fiestas y, a lo sumo, hablar de los peces de colores.

Este es un tema, además, poco manido. De hecho, yo solo conozco a una persona que pueda hablar con propiedad de los peces de colores: mi compañero de fatigas el periodista Juan José Ventura, toda una institución en este periódico y, por si fuera poco, propietario de un acuario. Aunque son varias sus virtudes y aptitudes, el hecho de que tenga un acuario ya es motivo suficiente para granjearse mi admiración.

Juan José ya ha escrito sobre los peces de colores (los suyos), que son «un buen entretenimiento para calmar la ansiedad». Y si algo necesitamos en España es atemperar esa ansiedad que nos impide disfrutar de las relaciones humanas.

Hacedme caso: en la cena de Nochevieja, hablad de los peces de colores. No habléis de Vox, ni de Podemos, ni de Pedro Sánchez, ni de la Iglesia ni de Benzema, y mucho menos del conflicto en Cataluña. Sí, es autocensura, ¿pero que no haríamos por ahorrarnos un disgusto con un padre o un hermano? Los peces de colores es un tema que no solo no enfada a nadie, sino que además nos aligera la hostilidad con la que cargamos durante el resto del año.

Pero si sois de esos que no podéis estar callados ni debajo del agua y os va la marcha, procurad que durante la cena no llegue la sangre al río. Nada molesta tanto hoy día como esa fea costumbre de opinar sobre los temas que más nos interesan.