Diría que hay algo de regocijo casi infantil en ver una película de terror. En esperar con esa mezcla de retozo y ansiedad el susto. En taparse parcialmente la cara con la mano, evitando mirar al mismo tiempo que se echa un fugaz y oblicuo vistazo. Para muchos, es un entrenamiento «palomitero», que cuenta con cada vez más adeptos. De ahí la proliferación en carteleras y plataformas, buscando satisfacer una común inquietud escapista. Al fin y al cabo, el miedo es una emoción primaria y nada mejor para ejercitarla que un entorno controlado. Porque si nos reconocemos en las situaciones que el género nos describe es, simplemente, porque antes alguien las ha «traducido» y seleccionado su desasosiego para volcarlo ahí.

No es extraño que en épocas de crisis el cine de terror sea un refugio. Porque nos relata (al igual que hace la ciencia ficción) miedos que habitan en nosotros, pero con un envoltorio tan remoto y exótico de nuestra realidad que «suaviza» cualquier conexión emocional. A nadie le da realmente miedo un muerto viviente, un vampiro o una raza alienígena llamada a conquistar la tierra. Pero sí el paro, el aumento de la delincuencia, los recortes o una inestabilidad social.

Por eso nos debiera dar auténtico pavor desandar y volver una década atrás. Ya no es cuestión de que se vaya a producir una nueva recesión, que pocos tienen ganas de negar ya. Se trata de cómo afrontaremos el cambio en la inercia económica; es decir, si realmente estamos preparando un cambio en las condiciones. Me resisto tanto a mostrarme apocalíptico como lo hago a negar que empezamos a reeditar señales propias del 2007. El inicio de la gran crisis.

Es lógica también la resistencia a culpabilizar de la repetición electoral a un sólo partido, aunque parece evidente que la responsabilidad de tratar de armar una gobernabilidad descansaba en la fuerza más votada. Todos han jugado sus cartas pensando en la ventaja que podría otorgarles una «segunda vuelta». Pero al partido socialista de Pedro Sánchez -que, como bien se encarga de recordarnos a diario, ostenta el poder-- correspondían los esfuerzos de pensar en el bien general, dada su posición institucional. Pero hemos (re)vivido un deja vú.

Hace once años, cuando la crisis ya empezaba a sentirse en nuestra economía, el señor Pizarro, responsable del ramo en el Partido Popular, se desgañitaba y asombraba ante la imperturbabilidad de Pedro Solbes en el debate previo a las generales de 2008. Solbes era su par en el PSOE, sí. Pero, sobre todo, ministro de Economía y Hacienda del país. Solbes ganó aquel debate, es verdad. Tan verdad como que calificó a Pizarro de «catastrofista y demagogo» por repetir que estábamos a las puertas de una turbulenta crisis y por cuestionar por la línea de acción del gobierno. Visto lo ocurrido después, da pavor percatarse que Solbes negó lo que ya sabía por mero cálculo electoral.

Hace once años, cuando a Zapatero le preguntaban por la crisis siempre repetía que era un «ajuste temporal», algo propio de otros países porque España crecía de forma sólida, por encima del resto de la eurozona. Como ahora mismo ocurre. No sé si hay consuelo en que la realidad le llevara por delante a él y su funesta política económica, porque también perdimos un precioso tiempo de reacción y se agravó la salida de la crisis.

Por cierto, acentuada la batería de medidas de gasto público que fue la respuesta socialista a la versión española a la crisis global y que hundieron nuestro ya escaso margen de obra fiscal. Unas medidas, es verdad, que otorgaron pingües réditos en forma de votos. ¿Les suena alguien que hable de mayor gasto público y aumento de impuesto (siempre a las clases ricas, claro) en 2019?

Fulminantes caídas bursátiles explicadas como hechos aislados, frenazo inmobiliario interpretado por «calentón» del sector, aumento del paro desestacionalizado que es solamente casual, crecimiento de la morosidad bancaria, pero que es exclusiva (ups) del consumo. El brexit afecta principalmente a los británicos y sus ecos aquí serán menores. Entramos en la «champion league» de la economía mundial.

¿Recuerdan la típica escena de los amigos en el lago o en la casa en el campo antes de que se desate la cacería y tengamos nuestra hora de sobresaltos y sana diversión? Todos están felices, despreocupados, gozando sin preocupaciones ajenos al mal que les acecha.

*Abogado. Especialista en finanzas.