TAtunque resulte mucho más entretenido hablar de los calcetines de Esperanza Aguirre --preocupación política esencial de Pepe Blanco -- la nueva masacre de Bombay debería hacernos reflexionar sobre el terrorismo islámico y el riesgo que nuestro país corre.

Después de haber sufrido uno de los atentados más sangrientos y terribles del mundo, el del 11-M de 2004, que conmocionó nuestras vidas y nuestra sociedad, los españoles --esperemos que no sus fuerzas de seguridad-- parecen haber adoptado, al menos psicológicamente y como una cierta defensa mental, la actitud de que tal cuestión no nos afectará ya en el futuro. Subconscientemente se tiende a la sensación de que retiradas nuestras tropas de Irak aquí estamos a salvo.

Nada más errado ni más suicida. Nadie está a salvo en el mundo del fanatismo de esos terroristas, de esa guerra santa religiosa desatada contra la humanidad y todo lo que se oponga a sus planteamientos teocráticos y opresores de toda libertad y todo derecho humano. Y da igual lo que sea, sea un viñeta satírica o simplemente el hecho de nuestra existencia. Ya es suficiente para intentar exterminarnos. Ellos están en guerra, lo gritan y lo proclaman. De nada sirve, excepto para volvernos ciegos y sordos a las señales de peligro, que decir que nosotros no estamos en guerra con ellos.

Cierto fue que Bush dilapidó el capital y el liderazgo que tras el 11-S tuvo en depósito con su brutalidad estúpida, su error criminal y consciente en Irak o la atrocidad de Guantánamo. Pero ya no va a haber Bush y el reto sigue presente. La amenaza persiste y es cada vez más grave . El terrorismo islámico si algo ha hecho ha sido medrar y extenderse. Por el mundo entero. Por Extremo Oriente y por nuestra muy vecina Africa sahariana y subsahariana. Lo tenemos no sólo a las puertas. Lo tenemos, quedó bien demostrado el 11-M, dentro y muy dentro.

Con células activas, aunque estén durmientes, con gentes como las que profanaron el cadáver del Geo Javier Torrenteras , en libertad y campando a sus anchas. Con grupos organizándose, con apoyos implícitos y con lugares de reunión donde se comprenden y se justifican los atentados de Bombay. De la misma forma que al ir contra ETA se hubo de actuar contra esos tentáculos, es preciso ahora intervenir contra esas complicidades. Y no nos dejemos enturbiar la razón con pretextos ni el étnico-racial etarra ni el religioso del integrismo musulmán. No es cuestión de religión y raza. Es cuestión de violencia, fanatismo y terrorismo. Mejor que lo tengamos, y cuanto antes, claro.