Si históricamente las sectas han captado a sus devotos a través de la religión, en los últimos años se han orientado hacia las filosofías de autoayuda, las terapéuticas o las abiertamente sanadoras. Es un cambio que tiene sentido porque si desde siempre la religión trató de explicar el sentido de la vida por la fe, hoy la ciencia tiende a asumir ese papel. Y la medicina es la más accesible de las ciencias y en la que descansan más expectativas para alcanzar el confort. El elevado consumo de tranquilizantes -los más recetados en España tras los analgésicos- es significativo de las patologías generalizadas. No es de extrañar que los cursillos de terapias para lograr bienestar sean la puerta de entrada para atrapar a gente con problemas. Gente, como informaba ayer este periódico, que teme que el fin del mundo llegue el próximo año porque cree a pies juntos la última profecía y por lo que las autoridades francesas --en Francia es donde ha germinado-- temen que haya una ola de suicidios. Es imposible que el Estado proteja a todos los ciudadanos, como es evidente que cuando se cometen delitos debe aplicarse la ley con rigor. El problema está en que con frecuencia las sectas se hacen con el dinero o el patrimonio de los adeptos con su consentimiento. El lavado de cerebro es un concepto difícil de demostrar ante un tribunal. Lo que sí puede hacer el Estado, además de aplicar la ley de libertad de culto, es legislar sobre los requisitos para ejercer de terapeutas y presentarse como profesionales de la salud. Se ha hecho en otros países y puede ser un buen sistema para ponérselo más complicado a los timadores.