THtace tres años, asistí a una comida en Madrid, organizada por el Consejo Regulador del Cava. La comida me parece que se ha convertido en una tradición, y cada año, percibiendo de primera mano el señorío, la iniciativa, la paciencia y la inteligente manera de trabajar del empresariado catalán, me viene a la memoria el mito de Penélope, porque produce la impresión de que todo aquello que es tejido con cuidado por la burguesía y el proletariado catalán por la mañana, vienen por la noche las huestes de Terra Lliure, Ezquerra y demás familia, y lo destejen.

Ahora ya han conseguido prohibir que se hable castellano en los recreos de las escuelas, y los hosteleros de la Comunidad Valenciana están al acecho, y a punto de frotarse las manos, a ver si hay cojones de prohibir el alemán y el inglés en las cartas de los restaurantes de la Costa Brava, y consiguen echar a los turistas un poco más abajo de Tarragona.

Cuando cruzas la Junquera y entras en Francia, a los pocos kilómetros hay una indicación de la distancia que nos separa de París, pero los miles de alemanes, italianos, franceses y europeos, en general, que vienen a España en automóvil por la frontera catalana tardan entre 300 y 350 kilómetros en saber a qué distancia están de Madrid, porque hasta que no llegan a la provincia de Zaragoza o a la provincia de Castellón, Madrid no existe.

Hay unos catalanes con iniciativas, que abren fronteras, exportan, convierten las zonas turísticas en territorio internacional, y hay otros catalanes aldeanos que destejen y sueñan con el cantón pueblerino. Ya han logrado que un Einstein contemporáneo no pueda dar clases de matemáticas en una universidad si no sabe catalán. Por un lado, se desteje el progreso, por otro se urde la endogamia.