El paso del tiempo nos dibuja una flecha que siempre mira hacia delante y resulta irreversible. ¿Es la Historia una sucesión lineal de hechos, quizá deducibles unos de otros, yuxtapuestos hasta formar una recta infinita que parte del ayer fijado, pasa fugaz por el presente inconstante y se pierde, borrosa, hacia el futuro? Demasiado simple.

Para entender la Historia conviene tener claro que ésta se halla jalonada de crisis, encrucijadas, desde las que surgen infinitud de caminos cuya concreción es más o menos probable según esos caminos interaccionen, pactando entre sí o enfrentándose hasta eliminarse unos a otros. Sólo uno de esos senderos, o la síntesis de algunos de ellos cristaliza, al final, en esa flecha aparentemente recta que, desde la superficie, nosotros identificamos como el devenir histórico.

Y así, podemos concluir que la Historia sigue el curso de la flecha del tiempo -virtualmente continua, lineal y desde luego irreversible- si bien dicho curso se soporta en un lecho que parece una tela de araña donde distintos caminos, surgidos de las crisis, se cruzan para alumbrar senderos de incierta concreción futura. Esto es la Historia: una mezcla de incertidumbre, bifurcaciones, complejidad y azar. Y ante este planteamiento, alejado de cualquier interpretación estrictamente determinista, el historiador tiene el reto de definir lo posible, apuntar lo probable y contar con lo imprevisto.

Ignorar la intrínseca complejidad que soporta todo proceso u acontecimiento histórico puede generar, desde luego, sorpresas interesantes. Porque al alumbrar el pasado desde el presente, olvidando la tela de araña de lo incierto por fijarnos sólo en el curso lineal de lo acontecido, solemos caer en la trampa de creer como necesario lo que en principio pudo surgir de lo imprevisto. Pues al dirigir nuestra mirada únicamente hacia lo ocurrido sin pensar en lo que pudo ocurrir -sobre todo si, como aquí defiendo, "lo que pudo ocurrir" es el lecho de donde surge "lo ocurrido"- simplificamos tanto nuestra visión de la Historia que la percepción del presente introduce serias distorsiones en nuestra comprensión del pasado.

Y así ocurre, por ejemplo, con el golpe del 23-F, acontecimiento que he tenido oportunidad de estudiar exhaustivamente en los últimos tiempos. Creer que aquello fue una chapuza inviable, destinada irremisiblemente al fracaso, es quedarse en la superficie de un rumor de tricornios sin descender a la complejidad de un golpe poliédrico, donde las muchas caras políticas y militares de una España al borde del colapso interaccionaron para alumbrar variopintos caminos -nunca exentos de ambiciones personales- que se plantearon como posibles soluciones a la seria crisis sufrida. El golpe duro de los franquistas, la solución constitucional de un sector considerable de la clase política, el ambiguo gobierno de concentración propuesto por el general Armada fueron algunos de esos caminos, cuya inter-acción o co-acción, explica el complejo fondo de un acontecimiento que va más allá de Tejero encañonando a los diputados. He aquí la tela de araña del golpe.

"A toro pasado -escribe Miguel Angel Aguilar - vienen muy fáciles las explicaciones de que era una chapuza inviable, pero aquello aseguro que podría haber terminado de otras muchas maneras". ¿Y si Tejero hubiera aceptado la propuesta de Armada, respaldada por La Zarzuela en torno a las 12 de la noche del 23-F, que consistía en proponer a los diputados un gobierno de concentración, respetuoso con la Carta Magna, presidido por el propio Alfonso Armada y compuesto, principalmente, por políticos de izquierda y centro derecha? El "sí" de Tejero podría haber abierto las puertas de la Moncloa al general Armada, pero al preferir espetarle un "no", las únicas puertas que se abrieron para el antiguo secretario del Rey fueron las de los tribunales y, posteriormente, las de la cárcel. Así matiza lo imprevisto el curso, aparentemente inevitable, de la Historia.

Pero si la mirada hacia el ayer se torna simple, olvidando la incertidumbre y complejidad que define a todo proceso histórico, nuestra percepción puede degenerar en distorsión. Es entonces cuando corremos el riesgo de atribuir con ligereza los roles de "perdedor" o "ganador" que el presente concede a los personajes históricos en función del desenlace de los acontecimientos. Por eso convendría estar prevenidos ante la facilidad con la que suelen atribuirse y distribuirse los papeles de "héroes" y "villanos" entre los personajes históricos, aunque afortunadamente los valores que ellos defienden y personifican impidan que los cambios de percepciones conduzcan a la aceptación de indeseables distorsiones. Y escribo esto pensando en Alfonso Armada o en el general Primo de Rivera , objetos de varias percepciones y no pocas distorsiones. Y a los que, lógicamente, el tiempo inexorable se ha encargado de situar en su lugar.