Notario

Las cosas son como son. La realidad es tozuda. Nos guste o no. Por eso hay que admitir la fuerza normativa de los hechos. Uno de estos hechos es la raíz carolingia de Europa; es decir, que el núcleo duro de Europa es franco-alemán. Tan es así, que sólo ha podido iniciarse la construcción europea cuando ha cesado la recurrente guerra civil entre franceses y alemanes. No se trata de que el resto de los países europeos sean más o sean menos, son distintos.

El Reino Unido y España vienen definidos por su obvia proyección atlántica, que se manifiesta en aquél a través de su relación especial con EEUU, y que se plasma en ésta mediante su presencia real en Iberoamérica. Ello comporta un capital indudable. Así, qué más quisiera Francia --por poner un ejemplo-- que su lengua se hablase en buena parte de América del Sur y penetrase en la del Norte. Pero, volviendo al principio, somos lo que somos, y el destino histórico de Francia y Alemania es vertebrar la Unión Europea. Nada más y nada menos.

Consecuentemente, no habrá una política exterior unitaria europea si ésta no ha sido asumida previamente como propia por Francia y Alemania. Y como ha de tenerse muy claro que, a la larga, no existirá una UE merecedora de tal nombre sin una política exterior común, debe concluirse que la consolidación futura de la UE sólo se logrará sobre la base de la entente franco-alemana. En este marco debe interpretarse el desplante de Schröder a Aznar. Un golpe en toda la cresta propinado con la aquiescencia de Chirac y ante la pasividad de Blair. En esto ha quedado aquella tarde de gloria efímera de las Azores: en un puro extravío que ha impedido a Aznar estar presente en Berlín.