TPtor lo que ahora nos cuentan quienes tuvieron el privilegio de acceder a la intimidad de Teresa de Calcuta , la más célebre monja del siglo XX se pasó la existencia arrastrando profundas dudas de fe. Al parecer, creyó más en el hombre que en Dios, más en los pobres cuyo gemido escuchaba a diario que en los silencios de una lejana divinidad que "podría no existir", según propias palabras. Diversos confesores suyos, coordinados por el padre Brian Kolodiejchuk , acaban de publicar en España un libro con las cartas que la religiosa les envió durante largos años y que pidió fuesen destruidas cuando muriera.

Aunque el contenido del correo pueda chocar a ciertos espíritus medrosos, la honestidad de Teresa nos ha hecho acrecentar a muchos el respeto que ya sentíamos por ella. Y es que la duda humaniza, engrandece, acerca a los demás (que también suelen dudar) y separa de fanáticos cuya palabra rotunda apesta frecuentemente a mentira. Ya en 1948, Teresa escribía: "En lo más profundo de mi ser, no hay nada, excepto vacío y oscuridad. No tengo fe. Tantas preguntas sin responder viven dentro de mí, con miedo a destaparlas por no incurrir en el riesgo de la blasfemia-". Y añadía: "¿Me equivoqué rindiéndome a la llamada del Señor?". Más tarde, en 1959, la abnegada monjita se atrevía a consideraciones como "si no hay Dios, no hay alma; si no hay alma, Jesús tampoco es verdadero-". En su última época, confesaba: "Camino en una terrible oscuridad interior, como si todo estuviera muerto, y esto es así desde que comencé a trabajar-". En diciembre de 1979, visitó Oslo para recoger el premio Nóbel que se le otorgó por su dedicación a los necesitados. El discurso que leyó fue el que todos esperaban. La religiosa a la que perseguían por doquier las cámaras de televisión no defraudó a nadie ni dio a entender el vacío ideológico en el que se vivía. Pero a su confidente espiritual de entonces, el padre Van der Peet , le manifestaba con sinceridad el drama en el que continuaba inmersa.

Aunque el libro se ha redactado gracias a la colaboración de sacerdotes que, en algún caso, postulan su causa de canonización, las confidencias de Teresa de Calcuta parecen contradecir la imagen que de ella teníamos. La religiosa que se considerábamos unida de continuo a Dios y a la que periodistas y seguidores contemplaban en piadoso rezo, en realidad recorría caminos del espíritu muy distintos a los que mostraba y moraba en un árido desierto en el que la divinidad parecía más bien un espejismo. Opino, sin embargo, que sus confesores le han hecho un gran favor oponiéndose a quemar las cartas. Gracias a esa traición , la sabemos de carne y hueso, sincera, chapoteando en nuestros mismos barros y en nuestras mismas dudas. Lo que la diferenció de nosotros fue la enorme generosidad que le cupo en su minúsculo cuerpo y que la permitió servir heroicamente a los parias de este mundo. Creyó en el hombre. Se solidarizó con él. Mitigó miserias y estas obras suyas fueron lo más elevado que pudo regalarnos. Lo demás tiene menor importancia y da igual que la santifiquen o no, que algunos pretendan atribuirle místicas "noches obscuras" o enarbolen lo que hizo como bandera tras la que correrán a refugiarse quienes, desde palacios o mediocridades, sólo saben parlotear de fe ciega, de fe sin titubeos ni vacilaciones.

*Escritor.