XExn junio de 1939 Timoteo Pérez Rubio hacía entrega en Ginebra, en la sede de la Sociedad de Naciones, de las obras pertenecientes al Tesoro Artístico Nacional (un enorme depósito de obras de arte), de cuya evacuación había sido responsable desde que se ordenara su salida de Madrid para ponerlo a salvo de la guerra. Las difíciles y dramáticas circunstancias en la que tuvo que procederse a esa evacuación, durante mucho tiempo olvidadas, fueron objeto de una documentadísima exposición que se celebró recientemente en el Museo del Prado y son ahora motivo del excelente documental, que dirigido por Alberto Porlan, se presenta hoy en Extremadura.

Quiero recordar que en mayo de 1996 el mismo asunto fue tratado también en el MEIAC (en la exposición inaugural del museo), a partir del trabajo que preparó al efecto el profesor Arturo Colorado Castelary, una de las más reconocidas autoridades en todo lo que se refiere a las vicisitudes por las que tuvo que pasar el Museo del Prado en los angustiosos años de la guerra.

Ya entonces pudimos dar a conocer (y la película lo cuenta con imágenes conmovedoras), algunos testimonios verdaderamente impresionantes de lo que supuso, en el último y más dramático episodio de la guerra, trasladar por el paso fronterizo de Le Perthus, aquel tesoro (Tiziano, Rubens, Velázquez, Goya, ...) que tenía, no solo un extraordinario valor espiritual, sino sobre todo simbólico. Porque, en el escenario de aquella lucha fraticida, lo que representaba (como el propio Manuel Azaña recordó), era "más importante para España que la Monarquía y la República juntas".

Pérez Rubio cumplió su misión, quizá una de las batallas más importantes ganadas durante la guerra para la causa de la cultura, con el rigor ético y la discreción de un auténtico caballero republicano. Cumplida su tarea, quedó en Ginebra a merced de las circunstancias y acogido en la legación de México.

En octubre de 1939 hizo una exposición en la Galería Moos (que debió clausurarse antes de tiempo por presiones de la extrema derecha), y después de recoger a su familia en París embarcó para exiliarse en Brasil.

Cuando llegó a Río era, como tantos otros, un superviviente del conflicto, pero también un náufrago que dejaba atrás algunos de los mejores años de su vida y, seguramente, de toda su carrera. Una carrera que, por lo menos desde su vuelta en 1926/28 de la Academia de España en Roma (en donde había permanecido como pensionado durante algunos años) le acreditaba como uno de los elementos más significados del movimiento moderno en la plástica española. Había participado en la reorganización de la SAI (Sociedad de Artistas Ibéricos), fue subdirector del Museo de Arte Moderno de Madrid, y miembro destacado en la capital del grupo ADLAN (Amigos del Arte Nuevo), que entre otras cosas organizó la primera exposición de Picasso que hubo en España antes del fatídico año treinta y seis. Como pintor debe ser reconocido como uno de nuestros más sensibles paisajistas y como uno de nuestros más acreditados representantes en la línea de los nuevos realismos que se abrieron paso en la escena europea durante los años veinte y treinta.

Debe ser reconocido (y ya lo está siendo en efecto) porque el proceso de recuperación que ha significado desentrañar su pasado y localizar el disperso y parcialmente desaparecido legado de su obra, ha venido siendo muy lento y premioso y todavía no se puede dar por acabado.

Sólo en los últimos años algunas exposiciones importantes han venido devolviendo el sitio que correspondía a Pérez Rubio en el escenario de su época y es evidente que, como pasó con otros artistas de su generación, la memoria que dejó de su trabajo se vio afectada por la pesada cortina de olvido que cayó sobre el paisaje español de la posguerra. Sin embargo y siendo esa una verdad cierta, cuando uno avanza en el conocimiento de aquellos años y de lo que aquí en la región ocurría con la cultura de la época, se tiene la sensación de que, además del silencio y la desmemoria que se alimentaron durante aquel tiempo, el olvido en el que se había perdido al pintor debe remitirse probablemente ya incluso a los años anteriores de la guerra civil.

Y voy a proponer una conjetura. Si Pérez Rubio (que en un principio había participado en las exposiciones que organizaba el Ateneo de Badajoz), fue paulatinamente distanciándose (y siendo distanciado) de los escenarios locales y no participó en el Pabellón Extremeño de la Exposición Iberoamericana de Sevilla del año 1929 (una cita emblemática para la cultura regional), pudo ser porque probablemente no se reconocía (ni se le reconocía) dentro de los cauces del regeneracionismo conservador que lo inspiraba; que no supo renovarse generacionalmente y que (como también se puso de manifiesto con aquella exposición) quedó finalmente inmovilizado, estética e ideológicamente, en una posición contraria al arte nuevo y militantemente reaccionaria. Por eso, la ausencia y el olvido en los que se mantuvo en el pasado su recuerdo fueron (durante tantos años!) una significativa quiebra en el origen mismo de nuestra aspiración a lo moderno.

*Director del Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo