El fuego ha vuelto a prender en la periferia de París con la fuerza inusitada y desconcertante que lo hizo en el año 2005, y que abrió un interrogante en la cohesión social de Francia que todavía no se ha cerrado. Como ocurrió en aquella ocasión, un incidente no aclarado entre la policía y dos adolescentes de un municipio del norte de la capital francesa, que perdieron la vida, ha sido el detonante de la crisis y, también como entonces, gana cuerpo la impresión de que el modelo de integración francés ha fracasado. Un modelo basado en el supuesto de que, al margen de su ascendencia, son iguales todas las personas que poseen la ciudadanía francesa.

Pero estos hechos son algo que ha puesto en duda la realidad cotidiana en forma de exclusión en el mercado de trabajo, el riesgo de muchos vecindarios de convertirse en guetos, si ya no lo son, y un racismo latente que emponzoña las relaciones entre comunidades que habitan en la superpoblada capital gala.

Aunque el presidente Nicolas Sarkozy, al que se le acumulan las protestas ciudadanas, anunció para primeros del próximo año un auténtico plan de choque para regenerar los barrios en crisis y rescatarlos de una marginación de facto, lo cierto es que la entrada en vigor del mismo puede llegar demasiado tarde.

El presidente vivió en carne propia, como ministro del Interior, los sucesos del 2005, y aunque entonces se entregó a excesos verbales imperdonables en un político responsable -- con el objetivo principal de aislar al primer ministro y a la vez adversario a la presidencia francesa--, la gravedad de los hechos le induce ahora a gestionar el problema con realismo y programas sociales adecuados. Incluso con operaciones de imagen de altos vuelos como el nombramiento de la brillante Rachida Dati, hija de magrebís, para ocupar la cartera de Justicia.

Pero la intensidad de la fronda que azota a labanlieue parisina parece lejos de poderse sofocar con operaciones cosméticas o ingeniería social, pues llueve sobre mojado.

Mientras el Consejo Constitucional ha dictaminado que es contrario a la anunciada ley de elaborar estadísticas étnicas, el enfrentamiento étnico-cultural en la zona ha dejado de ser un riesgo para convertirse en realidad, y se instala en el cuerpo social algo muy similar a la doble moral.

Por un lado, se apela al santo y seña de los revolucionarios de 1789 --la célebre libertad, fraternidad e igualdad--, mientras, por otro, las clases medias urbanas y la Francia profunda se muestran inclinadas a consagrar una sociedad dual. Aunque sea a costa de alimentar los agravios y engordar las filas del islamismo, punto de encuentro de muchos jóvenes airados que fueron en busca de la sociedad del bienestar y les entregaron un carnet de paro.