Los domingos, últimamente, empiezan con el escalofrío de sacar el pie de debajo de las sábanas, volver a meterlo, cinco minutos más, y a tientas, tomar la bata que se quedó a los pies, haciendo compañía la noche pasada, abrigando las horas de sueño. La lluvia llegó tarde pero se empeña en emborronar la cara de esta primavera, que parece tener el rímel corrido, después de una noche de borrasca. Con el primer bostezo se enciende la radio, se muele el café y se aspira la mañana perfumada de día por delante. El piloto de la cafetera nos da luz y el tiempo justo para una ducha, rápida y caliente. Después, un vaquero viejo, el jersey donde ya no se lee el nombre de la universidad, el chubasquero amarillo que siempre cuelga tras la puerta y salir a la calle. El quiosco ya tiene parroquianos delante, y bajo los paraguas se escapa calorcito de churros, de pan recién comprado, y la primera ojeada de los titulares que hacen malabarismos para no mojarse. El dominical emerge, colorido, satinado, casi comestible como esas chucherías de colores que en los bolsillos de los abuelos esperan la visita de sus nietos. Prometiendo, ambos, una tarde dulce.

Contra el pecho, se les da cobijo, como se hacía antes para protegerse del frío, devolviendo el favor de un pasado pobre y triste. Y ya en casa, se extiende el mantel, se distribuyen las tazas, el agua fresca, el aceite, la sal, la mantequilla portuguesa y los periódicos, como si fueran las ofrendas del portal de Belén. Se sube el volumen del programa donde a estas horas se leen las noticias de la prensa extranjera, la tostadora da la señal de listos coincidiendo con el sonido de los pasos, remolones, perezosos que van llegando. Un rumor de «buenos días», un pequeño beso en la frente, un abrazo dormido por la espalda, la gata que trepa a la silla libre y el día llega a nosotros, empezando por la página de atrás. Una columna para abrir boca, las páginas culturales, la agenda, la cartelera con las que dibujar las horas en las que el sol declina. Y un nuevo café, más corto, más intenso, como las imágenes de bombardeos, de corrupciones, el dolor, dentro y fuera de las fronteras. También tras los cristales resuena la tormenta. Otra. Las faldillas del brasero se aúpan. Reconfortan. Variantes de la liturgia de la lectura. 95 años del Periódico Extremadura. Diferentes titulares, fuentes, redactores, fotógrafos, directores y lectores. Diferente mundo y una misma ventana desde donde mirarlo.