TTtras un intenso periplo con dos estrenos casi seguidos, en Barreiro (Lisboa) y Zaragoza, recalo breves horas en Madrid, donde nada más llegar me tropiezo con un policía armado apostado con un fusil de mira telescópica, sobre un tejado y varios cientos más en los lugares más difíciles y raros. Las sirenas pululan por todas partes. En la calle Génova un tropel de guardaespaldas espera que Rajoy dé a luz gemelos y curiosamente vuelve a nacer uno igual a Acebes. ¡Hombre, teniendo aquí a Monago que habla cerrando los ojos como Fraga ! No lo entiendo, el otro es también un buen prenda. Evidentemente Rajoy es el más natural y hasta parece progresista, si no fuera por los gallos finales. La primera intención es salir corriendo. No comprendo cómo para coger a todos estos desgraciados de las bombas, hay esta enorme confusión que no puede con ellos. Si encima el nombre de alguno de ellos ya era un aviso, se entiende poco. De mi estreno en Lisboa, aquí ni enterarse nadie. Ahora lo cuento yo. En Zaragoza me reponen en el Aula de Teatro de la Universidad, reponen treinta y cinco años después de su estreno El último gallinero y la universidad suelta una pasta para el montaje. Al estreno fueron 800 personas, todas las que caben en el Teatro Principal de Zaragoza, en una noche fría, menos dentro del teatro que era una caldera. La expectación increíble. Me hacía clásico, una tropa de actores admirables dirigidos por una mujer, María Angeles Pueo. No se olviden porque será muy importante para el teatro español contemporáneo. Pero llego a Madrid y allí está apostado un policía con un fusil de mira telescópica. Por favor háganle caso al Papa por una vez. Lo del amor, pero en serio.

*Escritor