Hace un tiempo de perros. Los perros hacen sus necesidades donde y cuando les aprieta. Y nunca muerden, sólo quieren jugar. Perros y dueños van por aceras, jardines, despreocupados, felices. Los demás no, estamos en alerta. Evitamos cruzarnos con ellos, por si acaso. Dejamos de llevar a nuestros niños a según qué parques por temor a que se ensucien con lo que algún animal ha dejado. Qué triste que esos espacios se vayan despoblando de risas infantiles y se llenen de amantes de animales con porte altivo, incapaces de doblar el espinazo para recoger los desperdicios de sus fieles amigos. Y cuidado con recriminar que éste no es el lugar adecuado, que hay unos objetos llamados bolsitas de plástico muy sencillas de manejar. Qué poca consideración, qué falta de respeto. Cada uno a sus asuntos. ¿Entenderían ellos que les dejásemos los pañales usados de nuestros hijos en el buzón de su casa porque el contenedor nos cae lejos? Lo dicho, un tiempo de perros. En la vida pública y la política sucede algo similar. Hay cada vez menos personas y más hombres y mujeres-perro. Uno no sabe dónde empieza uno y acaba el otro. Pero da igual, porque nunca van a asumir sus faltas ni a responsabilizarse de sus actos. La calle, los parques, las urbanizaciones, las zonas de juego, son de todos. Yo puedo hacer, por tanto, lo que me venga en gana. Y el mismo principio rige en los despachos. Tratar de hacerles ver que no está bien que dejen abandonadas las perlas cultivadas de su gestión es misión imposible. No articulan una palabra coherente. Ladran. Parecen vivir en otro mundo; y mientras los demás tratamos de defendernos de la inmundicia que no generamos, ellos te salen por peteneras, --o, últimamente, con la calculadora-- con tal de defender su gestión, sus intereses o los de sus amigos y mascotas. Y te acusarán de no querer a los animales, de ser un incívico o un insolidario mientras hacen la vista gorda; disimulan porque no les importa lo más mínimo el ser humano que viene detrás y que tiene que limpiarse los zapatos cada vez que sale a la calle mientras ellos siguen disfrutando de su paseo cotidiano por las esferas.