WEwl pasado miércoles se produjo en Mérida un suceso que, por su apariencia, luego felizmente desechada, causó escalofríos: la muerte de una persona en un parque, rodeada de perros vagabundos. Quienes contemplaron la estampa creyeron ver que los perros habían causado o, al menos, contribuido al fatal desenlace. Primero los médicos que analizaron el cadáver y las heridas que presentaba, y más tarde el forense, han determinado sin género de dudas que dicha persona murió por causas naturales. Sin embargo, este suceso debería hacer que nos preguntáramos si en nuestras ciudades no hay demasiados perros sin dueño. Que vaguen por las calles sin amparo es debido, sobre todo y casi siempre, a la desalmada voluntad de abandonarlos de sus dueños. Pero un perro abandonado es también un problema comunitario, puesto que puede morder a alguien o causar un problema de salud pública. Es, por tanto, una responsabilidad de los ayuntamientos recogerlos y hacer esfuerzos para que puedan ser acogidos por otras personas. El Ayuntamiento de Mérida ha señalado que hace una batida mensual para recoger perros vagabundos. A la luz de este suceso debería revisar esa frecuencia. No es normal que una decena de perros anden sueltos en una zona concreta de la ciudad.