Por San Lorenzo llueven estrellas, y parece mucho más fácil cerrar los ojos. El mundo es un prado o una dehesa en la noche del doce de agosto, por ejemplo, y los humanos, esos amigos o familiares que te acompañan a pedir deseos o señalan con el dedo el primer meteoro que se cruza en el camino de la luna.

Se está bien, arropado, rodeado de gente que también quiere creer en el nombre precioso de las estrellas fugaces. Fuera de estas noches queda todo, o así nos gustaría creerlo. Estos días son un paréntesis en el que es fácil quedarse a vivir para siempre. Quién quiere volver a esas calles que anuncian desde julio la vuelta al cole, y enseñan zapatos durísimos o uniformes grises contra las chanclas y los pies descalzos.

Se está bien aquí, sea donde sea, aunque no nos hayamos movido de casa. Si uno no ve un telediario o abre un periódico, puede llegar a pensar que nuestro planeta es un lugar feliz sobre el que los dioses lanzan pequeñas luces. Lástima que la realidad nos abra los ojos con su violencia cegadora.

Tarde o temprano, llega el runrún del mundo que acaba imponiéndose a la siesta colectiva, a la enésima cerveza fría o al programa de verano en el que alguien muestra la imaginación de un chef que se siente orgulloso de su helado de torrezno. Sería tranquilizador pensar que la imbecilidad humana llega hasta ahí, hasta esa boba creación que estropea dos cosas extraordinarias, pero no.

Entre las chicharras machacan también los titulares. Los barcos cargados de personas sin sitio para dormir y sin puerto seguro donde refugiarse. La calderilla simbólica de pagar unos céntimos por circular por autovías que ya hemos pagado, que solo tiene de símbolo la representación peor de la usura. Las imágenes del cambio climático. El sarampión que se extiende de nuevo.

Miramos las noticias como si fueran también estrellas fugaces, un leve resplandor que surca el cielo apenas un segundo. No queremos ser conscientes de que este puente de agosto es solo un intermedio, que las noches volverán a ser oscuras y el mundo nos seguirá ofreciendo su peor cara, pero por ahora, vivamos este espejismo. El desierto puede esperar, quedan muchos deseos por pedir, y de vez en cuando estar vivos y celebrarlo es mucho más que suficiente.

* Profesora