Cada vez estoy más convencido de que muchos de los problemas de nuestra sociedad tienen que ver con esa velocidad vertiginosa en la que nos hallamos envueltos. No es que las cosas acontezcan, de un modo natural, más rápido de lo que lo hacían tiempo atrás, sino que lo hemos acelerado todo al crearnos una necesidad virtual de inmediatez, una adicción al 'ya' y al 'ahora' que no sólo tiende a deformar la realidad, sino que intensifica el nivel de nerviosismo del personal.

En esto de las prisas no sé qué fue antes, si el 'huevo' o la 'gallina', pero tengo claro que la popularización de Internet y, especialmente, de ciertas redes sociales, ha contribuido de manera determinante a que andemos como locos consumiendo, generando y compartiendo información, opiniones y vivencias, como si no hubiese un mañana. Hemos dejado de paladear para engullir. Nos hemos olvidado de la delicadeza de las caricias y vamos asiendo todo, orgullosos de nuestra triste ausencia de sensibilidad. Y el olfateo discreto de cualquier fragancia, ha dado paso al esnifado indisimulado hasta del aire que respiramos. Por eso se nos están muriendo los periódicos de papel, los políticos de altura y hasta los ultramarinos. Porque esta deshumanizada sociedad reclama espectáculo, adrenalina a borbotones, erecciones de 24 horas, amor con cosquillas perpetuas y sexo sin besos de miel.

Porque, ahora, lo que se lleva es vivir con el termostato averiado. ¡Y pobre del que anhele la moderación templada de otros tiempos! Si eres reflexivo, te tachan de 'vejestorio'. Si no te alineas con esos radicalismos tan de moda, de 'tibio' o 'bienqueda'. Porque la respuesta ha de ser inmediata. La opinión ha de estar en consonancia con lo que el pastor le rebuzna al rebaño. Y porque todo ha de ser blanco o negro, y no se admite la oscilación en la paleta de colores de la vida.

Hay prisa, y el trabajo tiene que estar para ya; da igual que al ensamblaje se le caigan las piezas a la vuelta de la esquina, porque eso ya queda de la mano del que compra. Y si compra otra vez, más pronto que tarde, mejor. Comprar, tirar, y volver a comprar. ¡Qué no pare la máquina! ¡Qué hay que desechar lo tradicional para sustituirlo por lo novedoso, por lo último que hay en el escaparate!

Vamos rumbo al abismo, y seguimos petando de carbón la caldera. Faltan frenos, y un poco de mesura.