Suponga que usted acaba de divorciarse después de 20 años de matrimonio. No tiene hijos, y se ha quedado sin hogar y sin coche. Vive sin prestación económica del Estado. Se acerca a los 50 años de edad y, aunque es un experto en su profesión, se ve obligado a buscar cualquier trabajo que le permita subsistir. Todos sus intentos son fallidos. Se arregla gracias a la ayuda económica de sus allegados. Usted piensa que esto es una pesadilla. Había vivido siempre sin lujos pero cómodamente, y ahora tiene la sensación de ser el superviviente de una gran tragedia. Comprueba que otros con los que se relaciona en su búsqueda de empleo infructuosa y en los cursos del Inem están en circunstancias parecidas. En total, son unos cuatro millones de parados. Visita todas las oficinas de orientación al ciudadano para encontrar trabajo. Usted se presenta en la oficina del Inem para saber de cualquier prestación, subsidio o migaja que le ayude a poder comer todos los días y pagar el transporte. Acude a ese lugar porque los que tienen la responsabilidad de conocer e informar de esas oportunidades son los funcionarios de las oficinas de empleo. Pero el funcionario de turno le contesta: "No me cuente su vida, rellene este formulario y adjunte estos documentos". Al cabo de un mes y tras hacer muchas colas, usted recibe una carta del Ministerio de Trabajo, firmada por la directora de la Oficina de Prestaciones, con esta frase: "Usted no está en ninguna de las causas de acceso al subsidio de desempleo". Usted ha tocado fondo, pero debe tener las fuerzas necesarias para salir de esta situación, sin cobardía, con dignidad, aunque algunos de sus compatriotas con un puesto de trabajo de por vida se empeñen en que no logre despertar de esta pesadilla.

Carlota Carrión Plaza **

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