De todas las cosas que pasaron el domingo, de todas las conversaciones, gritos al cielo, clamores, llantos y rechinar de dientes, lo que más me sorprende es que nos hayamos sorprendido tanto.

¿De verdad nadie esperaba lo que ha pasado? Y sobre todo, ¿para qué sirven las encuestas? Para mentir, por lo que se ve y se vio en las últimas elecciones generales.

Para quitarse de encima al entrevistador, contestando lo primero que se te pasa por la cabeza. O para falsificar datos y crear climas propicios o inestables en el peor de los casos.

Sea lo que sea, las encuestas se han equivocado y los votantes han ejercido su derecho al voto, porque vivimos en democracia, que parece una perogrullada, pero no lo es. Y de los votantes salen los cambios, nos gusten o no, estemos o no de acuerdo.

Lo que no podemos decir es que no esperábamos algo distinto. No quizá de esa magnitud, pero sí distinto. Llevábamos tiempo clamando contra el bipartidismo, pero el problema es que ahora no sabemos vivir sin él.

A muchos los pactos les espantan, hasta los más naturales, y cualquier apoyo o abstención en la investidura lo viven como una traición, como pasó aquí en Extremadura.

Así quién es el guapo que se abstiene, cuando lo que se piden son adhesiones o enfrentamientos inquebrantables.

Tampoco podemos decir que no estábamos preparados para el resultado de Vox. A lo mejor no esperábamos tantos votos, pero desconocer su auge supone no haber leído un periódico en mucho tiempo o haber pensado que el telediario era solo una crónica de sucesos, seguida del fútbol y la predicción del tiempo.

Rasgado de vestiduras aparte, queda saber qué pasará ahora. Como laboratorio de pruebas para las elecciones de abril no está mal, pero las consecuencias pueden ser nefastas.

Tantos años de vaivenes educativos, de corrupción casi generalizada, de ofrecer a los jóvenes un ejemplo demoledor, de aplaudir y jalear impresentables faltas de educación como la de Rufián, de reírnos de la democracia que costó tanto conseguir, de no inculcar a nuestros hijos que el estado de bienestar está cimentado en los abuelos emigrantes y en el trabajo de todos, no en el escaqueo y la picaresca cotidiana, de permitir fraudes grandes y pequeños... tantas miserias juntas han hecho creer que necesitamos que otros nos tutelen y decidan por nosotros. Estamos a tiempo.

Yo soy optimista o quiero serlo. Los extremistas de un signo u otro pueden ser anulados por una voluntad de trabajar juntos lejos de los extremos.

A ver si esta vez eligen estar a la altura, porque de bajuras ya hemos tenido bastante.