Q ué diferencia y cuánta similitud! Y no hace falta retroceder hasta las pestes famosas de aquella Edad Media europea, oscura, triste y neblinosa, tal como nos la quieren hacer ver las películas del ramo. Hay pestes relativamente recientes que fueron de asustar, de mucho miedo y de escasísima respuesta sanitaria ante el peligro de contagio o la mortalidad que producía entre los infectados.

Por ejemplo, las sucesivas oleadas del cólera durante el siglo XIX que sufrió España, y por supuesto Extremadura, que arrojaban “titulares” y noticias alarmantes entre una población mucho más inculta y desinformada que la actual. Valga un apunte: las circulares de los obispos extremeños de finales de ese siglo recogían informaciones como estas: «Cuando hace pocos días dispusimos que en todas las parroquias de nuestra diócesis se hicieran rogativas para alejar de nosotros el cólera, causaba ya este terrible azote en algunas poblaciones de España estragos considerables. Desde entonces, la epidemia se ha extendido y propagado. Extremadura ha recibido también la visita del temido huésped, no ignorándose por nadie que ha aparecido éste en Don Benito y en algún otro pueblo (...)».

Más tarde, a medida que el contagio se aceleraba, sin ninguna sombra de duda se afirmaba muy grandilocuentemente: «La espada de la justicia divina está aún suspendida sobre nosotros, y en tanto que el Rey inmortal de los siglos no la envaine, menester es que continuemos esforzándonos por aplacarlo y moverlo a piedad».

Otro apunte: ya entrado el siglo XX, en el año 1900, más de un 25% de los fallecidos por paludismo en España correspondían a Extremadura. Esta enfermedad conocerá un nuevo rebrote en la época posterior a la guerra civil. Y por último, hay que recordar la famosa epidemia de gripe de 1918, que causó 12.000 muertes en nuestra región. Como es lógico, la incidencia de estas crisis se reflejaba en una elevación repentina de las tasas de mortalidad habitual.

Y, mira por donde, aquí estamos de nuevo en situación casi de peste, con la invasión del virus chino, con la pandemia, palabra que más de uno se ha aprendido a fuerza de telediario o portada de periódico. Con el miedo recobrado desde otros siglos, aunque hoy dispongamos de más medios que nunca para reconocer una enfermedad y encararla con altas probabilidades de superarla.

Al menos, ahora no hay quien culpe a los pecadores de la invasión de estos microscópicos bichitos, ni ponga en las cabezas de los sufridos ciudadanos la imagen de un Dios enfurecido, vengativo y justiciero que nos castiga por los desatinos, yerros y culpas de tantos libertinos e inmorales como andan sueltos por este globalizado globo.

Creo que esta peste contemporánea nos trae un par de novedades interesantes: en primer lugar, la inmediatez, obvia, evidente, gracias a esa globalización hipercomentada por todos, pero que es tan real que apenas has acabado de desayunar cuando ya tienes en la pantalla del televisor el porcentaje más detallado del avance del virus en quince rincones del planeta. Y en segundo lugar, la sensación de fragilidad del sistema, de nuestro moderno y tecnificado mundo.

Ha bastado la irrupción imprevista de un ser minúsculo, microscópico, para que nuestra sociedad, tan eficiente hasta ahora en transportes, comunicaciones, producción industrial, sanidad, enseñanza, vida cultural, etc. se ponga en cuarentena (nunca mejor dicho), se ralentice e incluso se paralice en muchas de sus actividades consideradas básicas.

¿Asistiremos a una nueva versión de aquellas Danzas de la Muerte medievales que a todos igualaban? Por entonces, en las paredes de las iglesias se pintaban, junto a los príncipes y prelados, a los menestrales y campesinos, todos unidos por un destino idéntico: la muerte común. Y el archicitado Manrique nos recordaba que, al final, ricos y pobres, convertidos en ríos o arroyos humanos, desembocaremos en un único mar, el de la fúnebre parca.

De momento, y esperemos que sin consecuencias fatales, igualadas están las derechas y las izquierdas políticas a la hora de ser invadidas por el virus de marras.

¡Peste de virus!

* Profesor emérito