Cualquier pianista ha tenido que sacrificarse muchos años tomando clases y ejercitando sus dedos sobre un teclado largas horas al día. Y aun así puede acabar siendo un pianista de tercera y ganarse la vida haciendo bolos en un local nocturno. Un parlamentario no necesita haber tomado clases y licenciarse en ciencias políticas, pero sí ha tenido que tocar muchas teclas antes de llegar a un puesto en la lista de su partido que le permita ser, si no un parlamentario de primera fila, al menos de tercera. En ese último caso no necesitará diez dedos como el pianista. Le bastará con uno solo para pulsar una de tres teclas: sí, no o abstención, según indique en cada votación el jefe de su grupo. Y no le importará si el signo de su voto va en contra de los intereses de los que votaron su lista en su circunscripción. Estos ya no podrán hacer nada. Su inmunidad parlamentaria le permite primar la obediencia al partido. El pianista, en cambio, ha de tocar los temas que la clientela le pida o que el local tenga programados. De no hacerlo, lo pondrían de patitas en la calle sin esperar al final de la legislatura.