Ahora es tiempo de tijeras, como antes lo fue del papel, con el que se fabricaba dinero fácil y los tabiques de nuestras viviendas. También los decretos. Y los acuerdos con los agentes sociales (papel más bien mojado). Si nadie lo remedia, a partir de ya saldrá siempre piedra; al pacto entre iguales le saldrán unas hermosas piteras. Es mucha la impotencia y la frustración colectiva ante unas medidas que, justas, necesarias, o no , son una cortina de humo, un aspaviento para distraer a la clase media mientras va camino de su extinción. En los blogs, foros y sms se demuestra cuánta libertad con ira circula por ahí. Muchos en el fondo se alegran de que tengan su merecido todos esos policías, maestros, bomberos, profesores, pensionistas etcétera, por vagos y cuentistas. Pero ¿aceptarán pagar por hacerse una radiografía, o que no haya nadie competente que les arregle los papeles de la subvención? Y cuando le despidan o se le acabe el paro, ¿a quién recurrir sino a un asistente o un médico (funcionarios) para evitar su desahucio personal? Porque mientras los ciudadanos de a pie se dediquen al españolísimo arte del cainismo, las cosas seguirán más o menos. La austeridad, para los mismos de siempre, los que no sabemos de finanzas y tenemos nóminas accesibles; fraudes fiscales masivos; clase política privilegiada e intocable a la italiana , cultura del pelotazo, y los cargos públicos, a manejar organismos, fundaciones y recursos como si fueran sus cortijos. Dietas, sobresueldos, incentivos, contratos de gestión... la primacía del carnet y el compadreo sobre lo racional y eficaz. Aunque nos hicieron creer que siempre iríamos vestidos de primera comunión, por más tijeretazo que quieran aplicar, nuestro traje ya estaba destrozado mucho antes. Ahora le toca hablar a la piedra. ¿Dará donde más duela? Porque a este juego jugamos todos, no sólo los empleados públicos, quienes, por cierto, son (somos) afortunados, pero no porque cobremos a fin de mes, sino porque nos podemos permitir el lujo --por el momento-- de hacer como si mordiéramos la mano que nos da de comer. Igualito que un sindicalista. Envidia cochina.