Debo reconocerles que los cambios de estación me afectan. No es una cuestión baladí si te pasan factura al cuerpo y al espíritu. Por un momento, reacciono tarde a los estímulos que ahora me va provocando el calor y, por qué no decirlo, a los que llegan luego cuando aterriza el frío y el panorama de la luz empieza a bajar. Pero toca alegrarse. Los días son más largos y pronto se harán eternos hasta que tengamos el privilegio de perdernos en cualquier playa camino del atardecer. Y los nuevos tiempos también traerán más libertad de movimientos, horarios y rutinas que arrastramos de los inviernos hasta la extenuación. Por una vez y muchas más, nos merecemos una paradita en el tiempo. Fruto de ese ejercicio tan vital que es mirar a la gente en la calle, siento junio como un mes de tránsito hacia otra dimensión. Los veranos ofrecen oportunidades para ser algo más felices, disfrutar de otros placeres y, a la vez, escapar de las maldades que nos crean los madrugones y los descalientos. Admito, no sé si también usted, que lo mejor está por venir cuando de meses del año se habla, aunque se apaguen las luces de los teatros y renazcan los espectáculos bajo la luna. Reconozco que llegan cosas buenas y por eso les invito a que se den, como yo, un chute de optimismo, que bien necesitados estamos. Acaba de comenzar un mes que nos llevará a alguna parte. Allá donde cada uno pueda o sea capaz, pero que creará un punto y aparte en nuestras vidas con respecto a otros períodos. Puede sonar a tópico, pero todo lo que pasará a partir de ahora es tan real como que estamos vivos y tenemos que mudar de piel. Aguantarse con lo que venga o vivir todavía más. ¿Con qué se quedan?