Leo en un dominical que la arquitecta Belinda Tato y su equipo desarrollan, en poblaciones aluviales del cinturón de Madrid, proyectos que provocan un inusitado interés internacional. Su empresa, Ecosistemas urbanos , aplica conceptos racionales, pensados y elaborados con mucho sentido común y que tienen en cuenta factores relacionados con el clima y cómo se podría sortear el que padecen nuestras ciudades. Por ejemplo, han diseñado lo que llaman árboles artificiales, que no son más que grandes estructuras metálicas, como si de esculturas abstractas se tratara, que provocan sistemas de lo que llaman evapotranspiración --utilizando corrientes de aire húmedo-- tal como hacen los árboles y las masas verdes. Cumplen esos artilugios la función de reguladores climáticos hasta que los árboles implantados crezcan y desempeñen su papel. Entre tanto, los grandes monumentos de chapa y tubos son los árboles y a su protección buscará el hormiguero humano, con sus niños y sus perros, las dosis de confort que exige la supervivencia. Allí irán los jubilados y las incipientes parejas. A su sombra crecerá una parte de esa vida, inevitablemente atrapada en su jungla urbana.

Salgo de mi envidia a la inteligencia y paseo por Mérida, por Santa Eulalia, la calle emblemática de tantas oleadas generacionales y provincianas. Han puesto gruesas planchas de granito que seguramente conservarán el calor de nuestra insufrible canícula como los asientos del Teatro Romano, que hasta la madrugada guardaban el ardor de la siesta para luego regalárselo a nuestras sufridas posaderas cuando aplaudíamos encandilados a cómicos y pecholatas .

XPOCO Ox nada se habrá estudiado la relación entre el clima y los materiales para que pueda justificarse esto del granito en Santa Eulalia, que además es sucio hasta extremos insoportables. Ni ha interesado recurrir al equipo de Belinda Tato o al arquitecto que aplicó, veintitantos años atrás, una solución que nadie le impuso y que nació de su propia racionalidad de profesional, cuando hubo que cambiar la cáscara de la calle. Aquel terrazo bicolor encendió más esta luminosa vía que ahora está opaca, mortecina, sucia y vulgar, a pesar de los carísimos materiales empleados, porque dinero no es sinónimo de estética.

Luego viene la vida verde, los árboles, la vegetación. En algún lugar se construyen árboles artificiales para insuflar confort al cemento inerte. En Mérida había un inmenso ecosistema de clorofila y pájaros. Estaba en el atrio del mercado de Abastos, cuyo techo tenía una espesura de casi dos metros de hiedra. Era la maravilla, la casa de los pájaros, de la vida. El gran pulmón con el que respiraba un retal de la ciudad. Fue destruido para cobijar mesas y negocio bajo el inerte metacrilato. La negación de la vida, el triunfo de la ganancia.

Me gustaría contárselo a Belinda Tato y a su equipo. Y que vinieran para que se dieran cuenta de que a pesar de tanto cuento histórico y de sacar pecho a costa de la bimileria ciudad faltan ideas y sobra vulgaridad. Simplemente porque el oficio de pensar está en desuso.

*Exalcalde de Mérida