TCtáceres tiene el tamaño justo de una pieza de Lego. Cáceres se guarda en la mano y en invierno, se aprieta con cuidado, para notar sus bordes en las yemas de los dedos. En ellas se siente el viento que aguarda para jugar con los niños en las escaleras del Arco de la Estrella, o la hiedra en la torre de los Golfines, la tibieza de las castañas asadas o la umbría acogedora del barrio judío; pero no todo es piedra. Los dedos también acarician el rumor sonoro del parque del Príncipe, la agreste acogida del Paseo alto o el escaparate amplificador de Cánovas.

Y tamborilean sobre mesas de restaurantes o de bares, siguiendo el ritmo de conciertos o música improvisada. Es una ciudad que encaja, con calles recién salidas del pueblo y otras de modernidad rabiosa donde el arte preside balcones y miradores, y la vida se expande al llegar la primavera, con las ferias del libro, el Womad y la Semana Santa que hace retumbar la arquitectura, aunque se contrae en verano para refugiarse en los zaguanes. Cáceres crece o se encoge al ritmo de los ciudadanos, y se forma todos los días con las piezas de cada uno de nosotros.

Existen piezas pequeñitas, que guardan el secreto de un arquitrabe, clave de la construcción de un puente, y piezas enormes, solo decorativas, y sin embargo, necesarias. Y luego están las que llevan tanto tiempo siendo la base que apenas reparamos en ellas. Por eso que a una de estas, el Periódico Extremadura, se le conceda la medalla de la ciudad, supone un orgullo para todos los que hacen que el periódico sea posible, hasta para los que solo aportan una columna semanal, otra pequeña y colorida pieza de Lego.