Ahora ni siquiera son sus condiciones laborales lo que motiva otra huelga. El SEPLA (sindicato mayoritario de pilotos) vuelve a la huelga por Navidad como un ritual retador y recordatorio de que tiene el poder.

En esta ocasión querían el parapeto de los tripulantes de cabina; creían que se iban a sumar a la huelga. No ha sido así. Se quedan solos.

Pilotar un avión comercial exige minuciosos protocolos de seguridad. Quienes tienen el reglamento de ese juego disponen del marcador y del resultado. Los pilotos exigen condiciones muy ventajosas para volar y aplican el reglamento siempre a su favor. Sus condiciones son al final atendidas porque el miedo a volar y la seguridad aérea son los instrumentos de sus chantajes.

Pero ahora no se trata de más salario (muchos de los pilotos de Iberia pasan de 200.000 euros al año) ni de más días libres. Ahora quieren, sencillamente, el mando de la compañía.

Iberia está sometida al estrés de una profunda crisis del sector que se sobrepone a la crisis económica. El precio del combustible, la competencia feroz de las low gost y la bajada del tráfico amenazan su continuidad.

La alternativa de Iberia parece más que razonable: crear una compañía de bajo coste para competir en ese mercado. ¿Por qué se oponen los pilotos incluso con una huelga? Buena pregunta, puesto que tienen garantizadas sus privilegiadas condiciones hasta la jubilación.

Sencillamente, en la España de cinco millones de parados no les gusta que Iberia cree una empresa y 500 empleos netos que no estarán sometidos al control férreo de los pilotos de Iberia.

Estas Navidades volverán a dormir pasajeros en los aeropuertos y mucha gente no podrá volver a casa por Navidad porque los pilotos, como siempre, estarán en huelga. Ojalá no ceda la compañía.