TStoy hija, nieta, sobrina y hermana de militares. He vivido épocas en que el Ejército se identificaba con violencia, rigor y autoritarismo. Me emociona hoy que sea la institución mejor valorada por los españoles. Pero yo siempre percibí el mismo espíritu en mis soldados queridos. Personas disciplinadas, cuya meta es la obediencia, el valor y el servicio, que se vencen a sí mismos para vencer las dificultades. La ministra de Defensa habla de un ejército defensivo y lo considero perogrullada solemne pues el papel de la institución militar es proteger a la patria; aquí, en los mares del Sur o en la Conchinchina, donde haya un navío, un hospital, un colegio, un carro blindado (con o sin protección antiminas) o una misión con bandera española. El hecho de que esa defensa deba ejercerse contra individuos sin pata de palo, sin parche en el ojo y sin cara de malo, que nada tienen que ver con Jack Sparrow ni con Hook y mucho menos con el señor Smee, no significa que se deba ceder. Los piratas somalíes, no es el título de una novela de Salgari sino una amenaza terrible y real, delincuentes peligrosos que tienen el chantaje y el terror como modo de vida y a una, que comparte la angustia espantosa de las familias de los secuestrados, sin embargo le parece peligrosísimo que una nación democrática y soberana muestre debilidad ante los malvados. Pagar un rescate es el mejor modo de animarles a continuar con sus abordajes. Es humano sufrir hasta el tuétano la situación de los pescadores, entender que hay que hablar, apurar la vía diplomática y salvar las vidas amenazadas. El problema es que ceder siempre conlleva un efecto dominó. Si los piratas saben que las naves españolas van desprotegidas y que sus autoridades luego pagan, seguirán atacándolas poniendo en peligro la vida de muchas más personas. Si nunca se ha cedido ante el chantaje terrorista (y en situaciones verdaderamente angustiosas) quizá se deba empezar a pensar sin jeremiadas que cuando falla la disuasión, la mejor defensa es el ataque.