WLwos ruidos en Plasencia son una de las mayores preocupaciones ciudadanas. A juzgar por las continuas informaciones sobre sanciones, conflictos, quejas... --hoy es la última vez que este periódico se hace eco de ellas--, los ruidos, y el descontrol existente sobre ellos, están siempre presentes en la agenda de los grupos municipales. También debe estar la desazón porque la incapacidad para encontrar solución al problema es tan evidente que se diría que se trata de una plaga bíblica. En el pasado otoño, el gobierno local anunció la elaboración de una ordenanza para endurecer las sanciones y perseguir a los ruidosos más eficazmente. La oposición se opuso a esa iniciativa por creer que se trataba de una operación de maquillaje, habida cuenta de que la policía local no tenía sonómetros para medir el ruido y, por consiguiente, para determinar si el ruidoso de turno sobrepasaba o no los límites fijados en la ordenanza. Desgraciadamente para todos, la oposición llevaba razón porque, aprobada finalmente en febrero esa ordenanza, hoy es todavía la fecha en que Plasencia continúa sin sonómetros... y la ordenanza es papel mojado. Ruidos y quejas por los ruidos parecen eternos. Habría que tener, de una vez, la determinación necesaria para romper ese círculo vicioso.