TQtue el casta lo es en vacaciones y al cien por cien, nadie lo duda. Sus calzonas y sus chanclas --todo un Armani--, disparan, apenas llega, la ardentía sexual en Cádiz o en la Antilla, donde, sin precaverse del vecino, el castizo luce y se desparrama.

Tuve que sonrojarme cuando un tapicero travestido --riñonera, gorra de beisball, camiseta veranosky y deportivas fosforitos-- predicaba, con el tono de voz que da el natural costumbrista, en una cafetería de Cádiz, las excelencias de los churros de Cáceres, convencido de sacar a los gaditanos de la ignorancia en que vivían, desde los fenicios, sobre la masa, textura y sabor de nuestras hermosas porras.

Más sonrojo me produjo un conocido profesor cacereño, con riñonera, gorra de béisbol y camiseta de tirantes, que adaptándose al terreno como un camaleón, pronunciaba el quillo y el nene con el acento lepero, intentando empatía localista y sureña con la pescadera, para conseguir, antes que los demás, el despacho de unas cigalitas que le enturbiaban la vista, la gramática y la dicción.

Bien está, cuando se llega a la playa, abandonar el traje de diario y las diarias costumbres, pero dejar tan al descubierto la madera oculta bajo el barniz, puede abrir una vía de agua que le deje a uno en cueros y a la deriva.

*Filólogo