Hace unos días el Periódico Extremadura se hacía eco de unos datos facilitados por el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura relacionados con el crecimiento negativo que está experimentando la población de nuestra comunidad, donde en varias ciudades importantes, el número de defunciones llega incluso a duplicar al de nacimientos, una noticia que posiblemente pasará inadvertida para muchos, pero que no deja de suscitar cierta dosis de reflexión y de preocupación.

Empeñados en mejorar el tejido productivo regional, en generar riqueza capaz hacer efectivo el principio de solidaridad, contribuyendo a una sociedad más equitativa, tal vez nos olvidemos de fomentar una adecuada política de natalidad.

Muchos son los factores que contribuyen a que disminuya la población, a pesar del considerable aumento de la longevidad. Las parejas sin hijos, que antes eran contempladas como herederas de una triste impotencia y una vana fatalidad, se han convertido ahora en un modelo a imitar, representan unos estereotipos acordes con la sociedad que entre todos estamos construyendo. La independencia, el disfrute, la libertad de cargas, el desarrollo personal y profesional, han ocupado para algunos un lugar preeminente en su escala de valores, más allá de consideraciones familiares. Es cierto que existen razones de tipo económico como la carestía de las viviendas, la escasa estabilidad laboral, el coste que supone la alimentación y los cuidados posteriores al alumbramiento, o razones de tipo psicológico que pueden llevar a que nos cuestionemos si merece la pena traer un nuevo ser a un mundo lleno de contradicciones; también razones ideológicas que pudieran enfriar nuestros deseos de prolongación en otro ser, como meros continuadores de una cadena consumista; razones de tipo social, tal vez tengamos somera en la memoria la idea de aquellas familias numerosas, de no hace tanto tiempo, avocadas a la más elemental de las privaciones, o quizás nos aterre la idea de identificarnos y confundirnos con culturas debastadas por el atraso, la miseria y la falta de planificación familiar, tan propias de un paisaje subdesarrollado. Las familias se han acomodado, acaso sin saberlo, a un modelo de vida basado en un andamiaje de naturaleza narcisista, un perfeccionismo que atiende más a unos criterios de calidad que de cantidad, y esto, que empieza por ser aceptado como una filosofía, termina por apoderarse de nuestra forma de ser y de pensar.

Las uniones de hecho, como fórmula de convivencia, es uno de los factores que menos favorece la idea de procreación, al estar muchas de ellas sustentadas en la interinidad, una provisionalidad que aconseja no tener ataduras que dificulten un posible desenlace.

Lo paradójico es que en esta Europa donde se ha hecho presente el estado de bienestar, con unas importantes inversiones en educación, salud y calidad de vida; un continente con un elevado nivel económico, donde se atraviesa una época de fecunda prosperidad, paz y estabilidad, la población tercamente se resista a regenerarse; la llegada del tercer hijo, que antes era celebrada con alborozo, es ahora un motivo de desazón para la mayoría de los matrimonios.

Aunque tener descendencia es una decisión íntima y personal de la pareja, hay que reconocer que desde las instituciones y desde los poderes públicos, es poco el apoyo que se presta a la familia, son cortas y escasas las licencias por alumbramiento, mínimas las ayudas y las exenciones fiscales; en algunas empresas, está mal considerado, el que las mujeres quedan embarazadas. La incorporación de la mujer al mundo laboral, siendo un derecho incuestionable, limita el rendimiento empresarial y lo que es más importante el tiempo de desarrollo personal dedicado a la maternidad; también brillan por su ausencia las campañas a favor del fomento de la natalidad.

La llegada masiva de inmigrantes, con todas las controversias que pueda plantearnos, viene a sustituir esta apatía en la que ha entrado nuestra civilización, este hastío vital que nos ha transformado en perversos observadores de una sociedad que camina a pasos acelerados hacia su automutilación.

Cuando constatamos que en Extremadura, cada año disminuye la población en una cantidad de 1.277 personas, tenemos que pensar que, de alguna manera, estamos perdiendo la fe en nosotros mismos y en el futuro. Aquí no se trata de perpetuar una progresión aritmética, ni de dar validez a las tesis de Malthus , ni de mantener el viejo axioma, de traer muchos hijos al mundo para generar mano de obra barata, se trata de sostener nuestro sistema productivo y principalmente nuestro modelo de civilización.

*Profesor