Nunca supe la dirección que había tomado aquel ‘Don Diablo’ que se había escapado, al que se refería, en su canción, un jovencísimo Miguel Bosé, que se contorneaba con movimientos de velero bergantín, enfundado en aquellos pantalones ajustados que ayudaban a adivinar sus gracias al público, mayormente femenino, que gritaba, entonces, loco de amor, por tocar, aunque fuera sólo la punta, de los cabellos en movimiento, de su héroe amante y, además, bandido. Y mira tú por cuánto (como solía decir un profesor en el instituto, aunque todos sabíamos que era ‘por dónde’), que hace unos días, sin esperarlo siquiera, supe de su paradero, porque lo encontré en las redes sociales, disertando sobre el «bicho», decía él, refiriéndose a la dichosa malotía de la covid-19.

Pude comprobar, al instante, que había perdido el ‘don’ y el adjetivo que más se ajustaba y adaptaba para acompañarlo y calificarlo en aquel momento era el de ‘pobre’, y digo pobre porque incluso, a pesar de lo que, a duras penas, se esforzaba en explicar en las redes a media voz, a mí me inspiraba todavía un conato de ternura. Ya no era aquel Miguel Bosé de antes, porque se parecía más, por lo que decía, a un Miguel Nosé, que no sabía ni parecía haberse percatado del tremendo daño que había causado en el mundo entero la pandemia ‘Covid19’, que había venido a vernos, no de visita ocasional, sino a quedarse mucho tiempo con nosotros.

Para él, como para todos los negacionistas, el infierno que han pasado y siguen soportando nuestros profesionales sanitarios, dando su vida para salvar la de los demás, o los cientos de miles de personas que ya han perdido sus vidas a causa de esta enfermedad, es una simple mentira o patraña, y una invención de los gobiernos y los poderosos para mantenernos viviendo confinados y controlados a su merced.

Cuando los especialistas en graves enfermedades, científicos y médicos, se esfuerzan, cada día, en hacer ver a la sociedad que, por nuestra propia salud y por la de los demás, es necesario usar mascarilla para evitar los contagios y guardar la distancia de seguridad, estos señores negacionistas, entre los que se encuentra Miguel, alardean de celebrar concentraciones apoyados y vitoreados por pobres diablos que los siguen a pie juntillas, alentando a todo el mundo a no usar mascarillas, dándose besos y abrazos, mofándose en público de las consideraciones, mensajes y avisos de los que, al fin y al cabo, se afanan en salvar nuestras vidas, también las de ellos, cuando se contagian.

Las autoridades, observando tal desaguisado y desobediencia a las normas establecidas, no se atreven a actuar porque, dicen, el Delegado del Gobierno de la capital, había autorizado las manifestaciones. Otro infortunio grave es que no haya nadie, con la sensatez suficiente, que les haga ver a todos estos hippies trasnochados que la linde por la que circulan ya se ha acabado y es menester que no sigan por ella. Son los que luchan abierta y denodadamente por la ‘Freedom’ que siempre exhiben en sus pancartas, sin importarles, en absoluto, la libertad de los demás, e infligen un daño terrible a la sociedad, poniendo en peligro la salud de todos. Prefiero cien mil veces a los descerebrados terraplanistas que, en su tontuna de que la tierra no es redonda, no hacen mal a nadie, y se van a casa, tan contentos después de manifestarse, dándoles vueltas a su plana opinión de la redondez de la tierra.

Estoy seguro de que, si supiera de esta inclinación perversa de Miguel, Doña Lucía, que, desgraciadamente, y según pudimos todos leer en las noticias, sufrió los terribles efectos de la enfermedad que su propio hijo niega ahora, le daría un buen tirón de orejas y no le dolería en prendas afirmar, a la elegante y bellísima señora del pelo azul, que su hijo se ha vuelto más raro que un perro verde.

* Ex-Director del I.E.S. Ágora.