THtace dos años por estas fechas estabas haciendo un crucero con tu mujer por el Mar Mediterráneo. Fue un premio que quisiste darle a ella por haber sido tan buena esposa y tan buena madre durante tantos años; y a ti, por haber sabido convertir una pequeña fontanería, en la que sólo trabajabas tú y tu hijo mayor, en una empresa que daba trabajo a doce personas. La verdad es que no te había sido difícil dejar las chuscas domiciliarias y pasarte a la instalación de bloques de viviendas. Te fueron ofreciendo cada día más trabajo y tú fuiste contratando cada vez a más personal. Incluso vendiste la pequeña cochera donde guardabas las herramientas y compraste una nave de 500 metros cuadrados que utilizaste de almacén y oficina.

Aquel boom de la construcción te llevó a embarcarte en proyectos más ambiciosos, porque "hay que aprovechar el momento y porque el ladrillo nunca baja", te aconsejaban los "entendidos", que decían saber de economía. Pero el ladrillo no sólo bajó, sino que desapareció de súbito.

De pronto algunas promotoras dejaron de pagarte y tú dejaste de pagar a tus trabajadores. Todos fueron al paro. Tú también te quedaste sin trabajo. Al poco tiempo te embargaron la nave. Vendiste tu magnífica casa para poder pagar deudas y ahora vives en un pequeño piso que pudiste hipotecar, aunque los últimos meses apenas te ha llegado el dinero para pagar la mensualidad. Te dices que no es justo que esto te esté pasando a ti. A ti, que toda tu vida te dedicaste a trabajar y a dar trabajo a los demás, que no hiciste ostentación alguna de riqueza, que pagaste todos tus impuestos y no trapicheaste con políticos corruptos.

Simplemente te dejaste llevar por el momento de bonanza económica, como la mayoría de los ciudadanos, cada uno conforme a su situación. Nadie pensó que la crisis llegaría sin avisar. Cierto es que hubo poca contención en el gasto por parte de algunas personas, pero a la mayoría les llegó la pobreza sin buscarla. Aunque digan que todos vivíamos por encima de nuestras posibilidades.