La formación es la llave para el empleo y la falta de estudios un gran obstáculo en la lucha contra el paro. Así la mayoría de jóvenes con capacidad y ambición legítima, sabedores de que, cuantos más conocimientos y méritos tengan, menos difícil será su vida laboral, enriquecen sus currículos con méritos variopintos.

Todo vale por lograr unas credenciales atractivas en las empresas y despachos a las que «aplican», en espantoso anglicismo. Y tras los indispensables idiomas al menos en su nivel C1, no hay detalle desdeñable para convencer al experto en recursos humanos de que contratarle es una buena decisión. Los currículos juveniles incluyen prácticas sin remunerar, experiencias laborales como cuidar niños o ancianos y ser monitores de campamentos o voluntarios en una ONG. Incluso las aficiones sanas como el deporte, la lectura o la afición al cine, sirven para enriquecer sus perfiles. En cuanto a los méritos académicos, el expediente, por supuesto, es lo fundamental, y hay ámbitos en que se exige un máster, casi da rubor escribir la palabra, sin el cual no se puede ejercer, como ocurre en la abogacía o en la educación pública.

Últimamente, sin embargo, hay buenas noticias para esos jóvenes nuestros que bregan en el proceloso mar de la lucha por el primer empleo. Y así, según he leído en las bienhumoradas redes sociales, fácil será al que entre a defecar por ejemplo en un lavabo universitario, presentar por tal motivo un grado en microbiología, y si la deposición fue larga, incluso un master en gestión de residuos. Del mismo modo, aquella persona desempleada que tuviera la suerte de transitar cerca de la universidad de Cambridge, es un decir, también puede presentar en sus instancias de trabajo un título de C2 de inglés. Buen ejemplo para ello han tenido en toda una presidenta de Comunidad que logró un máster sin clases ni exámenes, en un diputado que se autotitula pedagogo porque impartió unos talleres de teatro o en un político que, porque enseñó aritmética, se nombró a sí mismo licenciado en matemáticas. ¡Qué asco, querido lector!