Sánchez Dragó ha confesado que tenía buena opinión de Casado hasta que no dimitió en la noche del 28-A y el martes siguiente dio «un volantazo de vértigo».

Poco olfato muestra un comentarista al que no bastó el ver que un político novato, virgen, pudiera alzarse a presidir el Partido Popular debido a la lucha feroz entre Santamaría y Cospedal y a su apadrinamiento por Aznar y Aguirre; tampoco le hizo pensar su dudosa maestría universitaria ni su tan mediocre EGB, como mostró en la campaña al equivocarse al menos tres veces sobre la provincia es que estaban tres importantes ciudades nuestras; ni le ha parecido mal, --claro que eso es natural en Dragó--, el que fuera el más antidemocrático campeón en insultos a sus adversarios ni el que excluyera a valiosos miembros del partido y colocara a individuos como Suárez Illana.

Por su falta de olfato político se podría a Dragó con la mismísima Aguirre, si no fuera porque las últimas pesquisas policiales, como era obvio hace tiempo para muchos, apuntan a que lo de la «lideresa» no era falta de olfato, sino algo aún peor. Para no hablar del olfato de Núñez Feijóo, la «esperanza blanca» del Partido Popular, tras recordar su estrecho compadreo con un capo gallego de la droga.