TEtl horror de la tragedia aérea de Barajas no se agota en el dolor y la desolación de las familias. Alrededor de ese dolor hemos visto crecer cámaras y micrófonos carroñeros; una pléyade de gacetilleros empeñados en grabar lágrimas en primer plano, testimonios morbosos de gentes devastadas por el sufrimiento o desgarros de ira nacida de la impotencia ante la muerte.

La televisión con la que un día soñamos --un medio capaz de "informar y formar respetando la dignidad y la privacidad de las personas-- ni está ni se la espera en la España de hoy. La lucha por la audiencia arrasa con todo y acaba imponiendo un tipo de editor o director de programas sin escrúpulos; cínicos o ignorantes que se descojonan cuando oyen hablar de códigos deontológicos. Peones al servicio de empresarios o accionistas fariseos que por la mañana cortan cupón y por la tarde se rasgan las vestiduras participando en foros en los que se denuesta la televisión basura. O de otros que van al Parlamento a engañar porque sólo hablan de las audiencias.

Hemos dado la noticia del accidente; hemos contado y rezado por los muertos; nos interesamos por el estado de salud de los heridos; celebramos la milagrosa salvación de quienes se libraron de la muerte; queremos saber por qué capotó y explotó el avión y qué medidas hay que adoptar para evitar que algo semejante pueda repetirse. Esperamos --vigilantes-- el resultado de la investigación. No hay más.

El resto, las reiteradas y morbosas recreaciones del accidente; las especulaciones sin base técnica; el festival de invitados "expertos"; el alarmismo sobre la seguridad aérea; la caza descarada de testimonios de familiares abatidos por el dolor o cabreados por la tardanza en la identificación de los restos de los cadáveres, ya es exceso. Abuso de un medio poderoso como es la televisión que en más de una ocasión --créanme, sé de lo que hablo--, le ha sido confiado a individuos que no dejarían que la verdad o el respeto al dolor ajeno les arruinará una pieza o un reportaje.